Perfiles de valor y dignidad

Agosto 2025

Juan Antonio García Villa

La Nación

El académico francés Jaen Meyer es, sin duda, el historiador mayor del movimiento popular (1926-1929) conocido como la cristiada. De hecho, con este título, La Cristiada, Meyer publicó hace poco más de medio siglo, en 1973, en tres tomos (de editorial Siglo XXI), los resultados de su trabajo de investigación sobre el tema que le llevó siete años. Se trata de una obra enciclopédica elaborada con imparcialidad, objetividad y rigor académico.

Pues bien, en la página 146 del primer tomo de esa obra, en el contexto del levantamiento cristero, el autor comenta que el ejército mexicano se convirtió no sólo en el brazo armado del gobierno sino en el adversario directo de la Iglesia, como efecto del fanático anticlericalismo de numerosos jefes militares, que llegó al ridículo de que “algunos oficiales llevaban sus tropas al combate al grito de ‘¡Viva Satán!’, y el coronel ‘Mano Negra’, verdugo de Cocula, murió exclamando ‘¡Viva el Diablo!’”.

En ese mismo párrafo, Jean Meyer cita otro caso: “El general Eulogio Ortiz –dice--, mandó fusilar a un soldado (federal) en el cuello del cual vio un escapulario”.

¿Quién fue este general Eulogio Ortiz? El mismo Meyer dice que fue “nacido en 1890 en San Luis Potosí, (que cursó la) escuela primaria, (de oficio) zapatero, villista de 1911-16, bracero en los EUA de 1916 a 1920, obregonista desde 1920”. Que después, de 1930-32, fue “jefe de la escolta” del presidente Pascual Ortiz Rubio (pág. 353).

En otro pasaje, Meyer agrega que Eulogio Ortiz era “apodado por sus compañeros (el) ‘Mataamarrados’… (quien había) ordenado que condujeran a los cuarteles de Durango a las familias de los cristeros” (página 220), ciudad donde la atrocidad de la represión desencadenada por él llevó a “la desaparición de centenares de prisioneros torturados en el antiguo seminario de Durango” (página 221).

Alrededor de veinte años después, este general Ortiz fue nombrado jefe de las operaciones militares en Torreón.

Posteriormente, pasados tres lustros, recién ingresado yo a las filas de Acción Nacional, escuché una lección de historia oral. Los panistas de la hora prima, que tuve la fortuna de conocer y aprender de ellos, contaban que en la década de los años 40 la autoridad local convocó a una reunión-comida en Torreón a los representantes de las “fuerzas vivas”, como antes se decía, para tratar un asunto de interés regional, en el Casino de La Laguna.

A esa reunión fueron convocados el Dr. Salvador de Lara Dávila, en su carácter de presidente del Colegio Médico de Torreón, y don Pedro Franco Armendáriz, de la Asociación de Agricultores de La Laguna, ambos fundadores de Acción Nacional. El primero en Torreón y quien presidía a la sazón el Comité Regional del PAN en La Laguna, y el segundo fundador del partido en Ciudad Lerdo, Durango.

Cuando el Dr. De Lara arribó a la mencionada reunión, ya estaba presente don Pedro Franco. En cuanto don Salvador vio que en el presídium ocupaba un lugar el general Eulogio Ortiz, en voz alta dijo: “Señores, agradezco la invitación, pero no puedo compartir la mesa con un asesino, como lo es quien está ahí sentado. Me retiro”.

No terminaba de decir lo anterior el Dr. De Lara cuando don Pedro Franco se puso en pie y dijo: “Yo también”.

Ante la estupefacción de todos los presentes, los dos líderes panistas, con gran dignidad y valentía, de lo que dieron formidable testimonio, abandonaron el lugar.

Dos importantes lecciones nos brinda el anterior relato: la primera, tener presente la serena valentía de la que en numerosas ocasiones dieron ejemplo los fundadores de Acción Nacional. Y la segunda, no olvidar que el próximo 2026 se cumplen cien años de que un numeroso grupo de valientes mexicanos decidió dar supremo testimonio de dignidad y valor, aun a costa de su vida, en su justa exigencia de libertad.

 

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