La hoguera universitaria
Septiembre 2025
Fernando Rodríguez Doval

Durante siglos, las universidades han sido los espacios privilegiados para la transmisión de conocimientos y habilidades, el desarrollo de la ciencia y la técnica, la investigación y la difusión de la cultura, así como para la formación de profesionistas y humanistas en un entorno de libertad y diálogo interdisciplinario. El ambiente universitario ha sido, durante muchísimo tiempo, sinónimo de reflexión y tolerancia a ideas distintas.
De un tiempo acá, sin embargo, muchas universidades occidentales se han convertido en lo opuesto a esa tradición. Con el pretexto de no “ofender” a los estudiantes, y partiendo de la premisa de que debe haber temas fuera de discusión para no agredir a identidades o grupos, se ha evitado la lectura de algunos textos clásicos, se ha impedido la deliberación entre posiciones distintas e incluso se han censurado opiniones consideradas como políticamente incorrectas. Todo ello en medio de una hipersensibilidad que trata a los estudiantes como menores de edad y de un activismo moralizante propio de una religión secular que no permite un debate plural y civilizado.
La irrupción en los últimos años del fenómeno conocido como “wokismo”, el cual supuestamente pretende erradicar formas estructurales de discriminación, ha traído consigo una nueva ortodoxia puritana que ha intentado establecer un conjunto de verdades oficiales de las que nadie puede disentir, so riesgo de linchamiento político y mediático. El wokismo no es exclusivo de las universidades, pero encuentra en ellas la hoguera perfecta para expandirse hacia todos lados.
No han sido pocos los casos, también en México, en que no se permite que determinados personajes ofrezcan conferencias en recintos universitarios, o que se sanciona a docentes por opiniones expresadas incluso fuera del aula. Se considera que eso crearía espacios poco seguros para los estudiantes, al obligarlos a confrontar sus ideas con otras que no comparten, lo que puede generarles angustia o depresión.
Así, lo que empezó como búsqueda de inclusión ha terminado, paradójicamente, en nuevas formas de exclusión. Así lo han denunciado pensadores como Jonathan Haidt, Greg Lukianoff, Camille Paglia o Douglas Murray, entre muchos otros.
El horrendo asesinato de Charlie Kirk, activista conservador de Estados Unidos, es la expresión más gráfica de este fenómeno. Kirk se dedicaba a debatir sus ideas en las universidades norteamericanas, y en una de ellas fue brutalmente asesinado por un joven que se sentía ofendido por lo que decía. Las ideas de Kirk podrán gustar o no, pero tienen derecho a expresarse. Decía George Orwell que la libertad de expresión consiste, precisamente, en permitir que se diga aquello que no queremos escuchar.
Confrontar ideas distintas es parte esencial de una educación liberal. La ciencia no puede desarrollarse si no existe un entorno de amplia libertad académica en donde la investigación y la docencia no se supediten a agendas ideológicas. Las experiencias individuales no pueden sustituir a los argumentos racionales. La sobreprotección emocional no hará más fuertes a los alumnos, sino que afectará el desarrollo de su pensamiento crítico.
Fernando Rodríguez Doval es Consejero Nacional.
