El cáncer del populismo
Enero 2025
Javier Brown César

El cáncer del populismo está destruyendo a naciones cuyos Estados han entrado en una profunda crisis: incapaces de dotar de seguridad a la ciudadanía y de proveer de servicios educativos y de salud de calidad, gratuitos y universales, muchos Estados han traicionado la larga promesa del bienestar que ampulosamente enarbolaron en el siglo pasado. Así, el miedo se apodera sistemáticamente de las personas, se proyecta en todos los ámbitos de la vida social y se nutre de la desesperanza, las flagrantes injusticias, las profundas desigualdades, la falta de oportunidades y el estado de indefensión generalizado. Este miedo global es el caldo de cultivo propicio para movimientos políticos que pretenden deslindarse de los partidos tradicionales ofreciendo soluciones fáciles de entender, pero imposibles de aplicar.
El populismo no es otra cosa que el disfraz que utilizan políticos rancios, personas resentidas y autoridades improvisadas para apelar a las más íntimas y viscerales emociones, con el único afán de hacerse con el poder de forma ilimitada. Para ello, se valen de ideologías que capitalizan el resentimiento y el odio y que fungen como coartadas poderosas para disfrazar la lucha despiadada por el poder. Así, como afirmaba don Manuel Gómez Morin en 1947: “Pueblos enteros padecen no sólo la miseria más espantosa causada por la guerra, sino la opresión indescriptible, y están siendo usados, sin la más leve consideración humana, como simples instrumentos en esta lucha por el Poder”. Lo que los hunde en “el terror, en guerras civiles oscuras y sangrientas y en una miseria mortal”. Esta dinámica de destrucción aprovecha las fuerzas sociales regresivas para terminar de dinamitar al Estado y sus instituciones, convirtiéndolos en el botín de los pocos y en la ruina de los muchos.
Bajo el pretexto de la lucha a favor de masas depauperadas y desfavorecidas, y de la realización de los anhelos de justicia social, el populismo medra con las esperanzas y capitaliza los miedos. Como afirmaba Gómez Morin también en 1947: “Hay pendiente una reforma social, convertida en pretexto de medro o de inicua opresión política, envenenada por la simulación, imposibilitada por la ineptitud y criminalmente desviada por esa misma falta esencial de principios que en un frente-populismo peculiarmente nauseabundo, ha mezclado el totalitarismo más incongruente con las peores formas de capitalismo y de especulación”. En el fondo, la incongruencia del populismo es cínica y abierta: propone la lucha a favor de las personas pobres haciendo uso de los más brutales instrumentos del capitalismo de Estado, lo que conlleva mayor concentración de la riqueza en cada vez menos manos y la pobreza generalizada de vastas mayorías reducidas a clientelas pasivas.
La profunda irresponsabilidad de las decisiones populistas, inicialmente populares, pero que a largo plazo colapsan al mismo Estado y a la economía, conlleva la implementación de políticas públicas fruto de la improvisación y de la ocurrencia. Nuevamente don Manuel: “Y ante la situación angustiosa, en el pasado, y según parece, por desgracia, también ahora, con una técnica que, deliberadamente o no, es la ´técnica de Sansón´, la técnica del desastre del frente populismo, se insiste en las soluciones de expediente o en las torturas a la economía que, en vez de resolver el problema, lo agravan. O se insiste en las soluciones a medias, que desacreditan los caminos razonables de remedio y, naturalmente, nada salvan”.
Más allá todavía, el populismo niega en sus raíces y esencia las tradiciones milenarias de Occidente: desprecia la técnica en aras de la superstición, reemplaza a la ciencia con la magia y a las certezas matemáticas con falacias interminables. Y así, “en vez de volver los ojos al México real que debiera ser su substancia, del que debiera ser representación y en el que el México oficial habría encontrado convicciones, anhelos, principios morales y jurídicos definidos, valiosos, expresión de la más pura y más alta cultura de Occidente, el mundo oficial ha seguido, en lo internacional como en lo interno, la pobre, confusa y raquítica tradición de un frente-populismo cobarde, indefinido y radicalmente opuesto a los valores esenciales de la nacionalidad y de Occidente”.
Hoy día, como en los tiempos del oriundo de Mineral de Batopilas, el populismo es causa de desastres interminables: sus resultados en el corto plazo capitalizan desesperanza y ofrecen paliativos al imperio del miedo, a la vez que elevan al odio a método de lucha política, bajo una perversa dialéctica de anulación brutal e incluso asesina de los adversarios políticos.
El populismo tolera e incluso alienta la violencia, optimiza el odio y genera divisiones interminables en su ideal romántico de defensa de un pueblo, que sólo existe como entidad abstracta, a la que se niega realidad como sujeto, pero se le exalta con tintes retóricos para fines meramente propagandísticos, porque el gobierno deja de ser guía para convertirse en mero propagandista.
Sin principios ni valores el gatopardismo populista es la astuta estrategia con la que se consolida el engaño y se eleva la mentira al impenetrable altar de un lenguaje creado para manipular el espacio de la opinión pública. Esta forma cínica y mentirosa de gobernar tiene resultados y consecuencias nefastas ahí donde se da, como ya lo había visto Gómez Morin: “Hambre en el mundo. Miseria en México. Ese es el saldo que arrojan el estatismo totalitario, la confusión ideológica y el reblandecimiento moral que son las bases verdaderas del frente-populismo, ese fraude social gigantesco, del que son instrumentos principales en México el régimen de imposición, el partido oficial, los simuladores sindicales y agrarios de la lucha por la reforma y el mejoramiento”.
El populismo no muere ahí donde prevalecen grandes injusticias, odios largamente incubados y profundos resentimientos sociales, porque se nutre de fuerzas divisivas y destructivas, a las que encarna con singular éxito. En términos simples, como afirmaba Ayrault en el siglo XVI, lo que hace el populismo es: “violar el universo e invertir cielo y tierra”. Se opera así una subrepticia inversión de todos los valores en la que la mentira, el cinismo, el arribismo y la falta de escrúpulos son elevados a suprema ley de la vida política.
Ya desde 1948, nuestro fundador propuso una agenda mínima para hacer frente a lo que en ese entonces ya era una amenaza global que pareció languidecer por décadas, pero que ahora renace con fuerza sinigual: “Nuestra lucha, nuestra colaboración, no sólo por la limitación de posibilidades, sino por ser extraordinariamente valiosa e insubstituible en esos términos, se cifra en la postulación definida y precisa de las metas y de los programas mejores de convivencia entre los hombres y las naciones, y en el empeño más entusiasta para dar aquí y ahora, desde luego, en nuestra propia vida nacional, cumplimiento a esos programas y a esas metas. Contra la confusión frente-populista, la clara definición de un concepto cierto del hombre, de la sociedad, del Estado; contra el sabotaje del frente-populismo, un sistemático esfuerzo de suficiencia para todos, de libertad organizada y responsable, de paz en la justicia”.
