Efraín González Luna: la prioridad de la doctrina
Julio 2024
Javier Brown César
Para Efraín González Luna, ilustre fundador del PAN, la confusión ideológica que reinaba en los tiempos en que nació Acción Nacional era profunda. La adopción de ideas ajenas al sentir nacional era sintomática de la falta de una doctrina auténticamente nacional, que pudiera expresar lo mejor de México y que diera sentido a la vida de la nación, encarnada en cada uno de nosotros.
Esta situación es característica de un fenómeno que afecta a Occidente y que puede describirse como una profunda crisis de la modernidad y de la idea de ser humano que había sido acuñada: “El hombre sufre una degradación personal: de hijo de Dios se convierte en unidad biológica… El Occidente se desorganiza, literalmente. Deja de ser organismo, es decir, unidad viviente, espontánea y solidaria, para bajar a la categoría de mecanismo, de sistema de articulaciones artificiales, obra de interés, de habilidad y de fuerza. Se rompió el vínculo que hacía de la Cristiandad, la conciencia de participar en una comunidad superior, de índole espiritual, pero eficazmente activa sobre la realidad terrestre, capaz de reducir las divergencias locales, depositaria de valores de justicia y salvación por los que valía la pena vivir, luchar y morir”.
Parafraseando a Spengler, podríamos hablar de una decadencia de Occidente no sujeta necesariamente a un ciclo de auge y caída de grandes potencias, sino al final de cierta ideología que no sólo condujo al ser humano al ateísmo y al sinsentido, sino también a la masacre masiva legitimada, al horror de la guerra y al predominio de la cultura de la muerte y la mentira. Ante esta lacerante y dolorosa realidad urgía una doctrina capaz de ubicar al ser humano y darle sentido en la trama cósmica, una doctrina que inspirara la política y la animara con una nueva mística cuyo motivo fuera la santidad y no el éxito.
Para González Luna, la doctrina es lo que la columna vertebral es a la estructura corporal de la persona: firme sustento y garantía de su rectitud y de su capacidad para mirar de frente y otear el horizonte: “Los pueblos invertebrados son biológicamente inferiores, impotentes”. Este era el problema del México que vivió González Luna: la falta de una doctrina y la adopción de ideas extrañas, ajenas a la realidad de un país en busca de identidad. La misión fundamental del Partido a raíz de esta confusión ideológica es doble: la propuesta de aspiraciones doctrinarias universales y permanentes y el carácter interminable de la acción política partidista, la cual se nutre de esta base doctrinal: “… la misión permanente y las posibilidades efectivas de un partido político… no sólo en episodios electorales o en contingencias determinadas, sino velando constantemente por el bien común, fortaleciendo sin cesar sus cuadros, realizando el trabajo esencial de organización, de difusión de principios, de alumbramiento de veneros olvidados de la realidad nacional, de crítica recta y desinteresada de la gestión de los gobernantes, de planteamiento claro de los problemas que afectan al país y elaboración concienzuda de sus soluciones, de identificación, en suma, con la nación misma y preservación incansable de su esperanza y de su voluntad de permanencia y salvación”.
En la cita anterior se establecen las funciones sustantivas del Partido: la acción política permanente que se sustenta en una adecuada estructuración del mismo, en la formación permanente de cuadros, en la amplia difusión de sus tesis doctrinales, en el rescate imparcial de la memoria de un pueblo, en el diagnóstico acertado de la realidad nacional, en el recio control de las autoridades, en las pertinentes y relevantes propuestas de solución de los grandes problemas nacionales y en la capacidad para proponer un futuro viable, que se configure como un auténtico proyecto de nación o como una nación concebida como proyecto.
La doctrina es eje de todas estas actividades, el humus primordial del cual se nutren, por ello, la vida del Partido gira en torno a ella. La efectividad de la doctrina radica en la posibilidad de ser enseñada, lo que implica que debe ser fácilmente comunicable y accesible para todos por igual: “La doctrina de Acción Nacional es sencilla, clara, como la luz, como el aire, como el agua, como todo lo que da vida y es vida, y alimenta, y salva y eleva… es y quiere ser alimento para el pueblo, luz para todos los mexicanos, desde el más alto hasta el más bajo…”.
La doctrina, como base de la acción política es la auténtica columna vertebral del Partido y de ahí su necesidad, sin ella, el Partido carece de firmeza, de horizonte, de visión y de propuestas. La base doctrinaria de Acción Nacional es la filosofía aristotélico-tomista, perenne en sus planteamientos, inspirada por altos ideales, pero realista en esencia. La política como la concibe González Luna se basa en la realidad y si bien postula principios permanentes y eternos, debe constantemente otear el horizonte para arrojar luz sobre la problemática percibida. El realismo político exige conocer a fondo la realidad, penetrar en la esencia de los fenómenos y si bien busca mirar en alto hacia los ideales, pone siempre firmemente los pies en la tierra, con el fin de proponer un futuro viable y postular programas y propuestas factibles y concretas: “Para el conocimiento y servicio real de una nación se requiere la apreciación substancial de sus principales factores integrantes. No basta la consideración de contingencias circunstanciales o exteriores, aun cuando en determinado momento encierren graves amenazas u ofrezcan atractivas ventajas inmediatas, sino que es preciso atenerse a sus verdaderos datos constitutivos, es decir, connaturales, necesarios y permanentes”.
La política realista no es superficial, no considera a la realidad como algo dado y evidente, sino como el fluir de acontecimientos bajo los cuales subyacen estructuras que cambian lentamente. En la tensión entre coyunturas y estructuras, entre contingencia y permanencia, González Luna apunta a la necesidad de penetrar en los factores estructurales, que son la raíz de todos los males. Por ello, su apuesta no es por una acción episódica, sino por una lucha permanente, que es ardua y que nos confronta con la realidad del dolor humano.
La realidad nacional exige penetración, conocimiento y compromiso. No se trata de adoptar metodologías de moda o de utilizar sofisticados instrumentos de análisis. Ningún extranjero, por ende, podrá decir lo que es mejor para una patria por la que sólo pasa transitoriamente: “Para conocer las patrias hay que adentrarse en su esencia, que no es flor para ser cortada por visitantes de un día. La realidad nacional es inaccesible para turistas, mercaderes y diletantes”. El turista pasea rápidamente y ve sólo lo que quiere ver, alaba lo atractivo, desprecia lo que no le gusta y corre rápidamente en busca de la siguiente diversión; el mercader sólo busca la ganancia, está ahí para recuperar lo que invirtió y obtener lo necesario para que su visita sea lucrativa; el diletante es sólo un aficionado de juicios pasajeros y de gustos mudables. Es claro entonces que lo valioso requiere de una gran inversión de tiempo y de superar las prisas propias del turista, los intereses tan caros al mercader y los juicios superficiales del diletante; requiere adentrarse en la definición profunda del ser nacional: en primer plano el lenguaje y la religión, y cobijadas por ellas, la historia y la cultura.
X: @JavierBrownC