Efraín González Luna: la política y la persona
Agosto 2024
Javier Brown César
Una tesis central de Efraín González Luna en la que sigue de cerca a Santo Tomás (más que a Aristóteles) es la afirmación de que la persona es un ser social por naturaleza: “El hombre es un ser naturalmente sociable; su naturaleza le exige la convivencia social; es decir, Dios, Autor de la naturaleza, ha hecho al hombre sociable y lo ha hecho así en condiciones tales de necesidad, que no podría vivir ni siquiera físicamente y menos aún podría desarrollarse y progresar, si no viviera en sociedad. El hombre viene ya a la vida gracias a una sociedad natural, la familia, y si no lo recibiera la familia, el pequeño ser gimiente y débil, imposibilitado de valerse por sí mismo, perecería sin remedio”.
La exposición de esta teoría naturalista del Estado se encuentra en Aristóteles, el cual considera a la familia como la primera agrupación natural, con fines particulares subordinados a la satisfacción de las necesidades cotidianas; después de la familia, seguiría la aldea, la cual tiene como fin la satisfacción de necesidades no cotidianas y al final, como culminación del orden social, encontramos a la comunidad autárquica y perfecta, la ciudad, la polis, la cual tiene como fin el mayor bien posible y es natural, porque deriva de las comunidades naturales. Esta teoría se opone dramáticamente a las doctrinas contractualistas y de manera tajante al contractualismo de Hobbes, el cual considera que el Estado es una creación artificial que resulta de un pacto en cuyo origen está la guerra de todos contra todos.
González Luna, de manera similar a Aristóteles y Santo Tomás, considera a la política como la actividad humana más noble y la culminación de la ética: “… La actividad política, la gestión política, es la culminación de la conducta humana en la vida social, es la conducta humana trascendente, amplificada, resonante, grávida de posibilidades y responsabilidades, un manejo incesante de destinos, de necesidades, de esperanzas, de dolores, de materia humana, en fin, palpitante, impregnada de espíritu. Tiene, por lo mismo, que ser considerada, necesariamente, como materia moral”.
La política se subordina a la ética, los actos propios de los gobernantes no son inocentes, ni neutralmente valorativos, ni indiferentes moralmente. Cada acción queda sujeta al eje maldad-bondad, como todo acto humano; no se trata de un eje maniqueo que divide al mundo en buenos o malos, sino de la consideración atenta de todo aquello que promueve o aleja del ideal rector del bien común. La política se subordina, como la persona, a un fin trascendente. Esto implica que ni las personas, ni la política tienen su fin en sí mismas, que se subordinan a un ideal que funge como principio de la acción, como meta del trabajo y como inspirador de la voluntad.
La causa formal, perfectiva del orden político es la autoridad. Sin autoridad, la política marcha a la deriva y a su autodestrucción, pero la autoridad se encuentra subordinada a un fin superior: el bien común. “No hay sociedad sin autoridad, es decir, no hay Nación sin Estado; por lo mismo, existe en la sociedad una función política que tiene que cumplirse ineluctablemente: la integración y vivencia del Estado y el ejercicio de sus funciones para el Bien Común”. Aquí la política aparece no como realidad, sino como deber ético, como necesidad de realización de aquello que en sus inicios se vislumbra como posibilidad, como finalidad y como ideal rector: el Bien Común, primero en el orden de la intensión, pero último en el orden de la realización.
El deber político es irrenunciable, porque debe ser asumido de manera necesaria, ya que en caso contrario se producirá el desorden, el dolor, el mal: “La raíz de todos los males de México puede resumirse en esta sola fórmula: deserción del deber político. si la función política es necesaria y no la cumple la ciudadanía mexicana para el bien de México, la prostituirán sus explotadores para ruina de México”. Encontramos aquí una de las ideas centrales del pensamiento de González Luna: el deber ciudadano. La política nos compromete a todos por igual, no es ajena a nosotros, porque todos estamos inmersos en el orden político y a todos nos compromete un deber irrenunciable que consiste en la definición y construcción en común del Bien Común.
La construcción de la Nación como República, como cosa pública, implica la preocupación por los lugares e instituciones comunes; todos somos convocados a este deber irrenunciable, so pena de grandes males: “He aquí el deber político revestido de incontrovertible realidad, vigente y válido como cualquier otro deber y llamando con apremio a nuestra conciencia en solicitud imperiosa de una respuesta que no podemos eludir. No solamente como jefes de familia, como trabajadores o simplemente como hombres, tenemos deberes, sino también como ciudadanos, y es justo que se pague muy caro su abandono”.
El gran pecado del pueblo de México ha consistido en la renuncia al deber político y la entrega del destino superior de la Nación a un grupo que ha secuestrado el proyecto a futuro de un pueblo, con fines facciosos. Estas ideas las encontramos tanto en González Luna como en Gómez Morin. De ahí la constatación de que lo que requiere México es ciudadanía y el ideal rector de la fundación de Acción Nacional como escuela de ciudadanos y como instrumento para la salvación de la patria y para el ejercicio ordenado de la política, entendida no como negocio o aventura, sino como actividad noble y eminente.
“La ciudadanía mexicana puede tomar en sus manos la organización y el destino de México si se decide a hacer política orgánica. Los resultados pueden ser tardíos y el esfuerzo, sin duda, tendrá que ser duro, perseverante, abnegado. Estamos llamados al cumplimiento de un deber, no al goce de un pasatiempo. Este deber tiene que ser cumplido razonablemente para que sea eficaz. La política orgánica requiere despertar la conciencia atrofiada de la ciudadanía mexicana, limpiarla de las telarañas de la inacción y del prejuicio, enriquecerla con un ideario cierto, inconmovible; redimir la voluntad popular del miedo y de la inercia; requiere la organización específicamente política, de extensión verdaderamente nacional, permanente, disciplinada y ágil. Requiere, finalmente, la acción constante, tan constante y natural como las funciones vitales. Este es el propósito y esta es la realidad de Acción Nacional. Aspiramos a organizar las fuerzas políticas del pueblo de México para una acción política orgánica. Acción Nacional es un verdadero partido político”.
Las ideas de González Luna nos urgen a superar la dialéctica amigo/enemigo en las relaciones humanas y a recuperar la esencia profunda de la acción política: una actividad noble, edificante, constructora de destinos, cuyo eje, principio, fin y fundamento es la persona humana. Cuando la política no sirve a la persona, deviene una actividad inmoral, lamentable y se degrada a niveles de lucha, confrontación, polarización y odio. No es posible construir la política sino como un continuado acto de amor, que eleva por siempre a la persona a su justa dimensión, en reconocimiento a su destino trascendente, temporal y eterno.