La globalización de la solidaridad

Agosto 2022

Javier Brown César

La Nación

La solidaridad es el dinamismo noble, incluyente y generoso, cuya expansión planetaria es indispensable para hacer frente a las revoluciones que están cambiando de forma definitiva la dinámica de la vida de las personas humanas en el planeta.

Hace algunos ayeres Carlos Castillo Peraza hablaba de tres revoluciones: la internacionalización de los grupos industriales, el desarrollo tecnológico y el ascenso de la esfera financiera. Hoy, hablamos del poder de la información (la infocracia de la que habla Byung-Chul Han), de la sustitución de la persona por la máquina, de la integración persona-máquina y de la creciente necesidad de reconocimiento.

La persona humana, a decir de Peter Sloderdijk, vive en esferas que son espacios de simpatía, de afinación y de participación. Hoy día, estas esferas se encuentran ante una dinámica de creciente aislamiento humano, de triunfo incesante de la solitaridad sobre la solidaridad.

Se opera una constante reducción del área del nosotros, mediante el predominio de una racionalidad manipuladora que devasta de forma permanente los espacios de comunicación y de cooperación basados en el predominio de la comunicación orientada al entendimiento.

La erosión del tejido social es francamente abrumadora: los espacios de cooperación, diálogo orientado al entendimiento y debate informado se ven abrumados por incontenibles flujos de información que desorientan y confunden. La esfera pública se encuentra carnabalizada y las redes solidarias conquistadas por imperativos de mercado y por criterios estéticos.

Chul Han es lapidario en su diagnóstico: “El régimen de la información… Se apodera de la psique mediante la psicopolítica. Hoy el cuerpo es, ante todo, objeto de estética y fitness”. Hoy se buscan candidatas y candidatos por el poder que proyecta su imagen, más que por la fuerza de convicción de sus ideales e ideas. El populismo gana terreno con sus personalidades locuaces, elocuentes y carismáticas; surgen por doquier demagogos que ponen en riesgo la democracia, cuya fama y buen nombre van en descenso, ya que se le atribuyen las fallas de los gobiernos actuales.

Además, una nueva transparencia surge en el mundo de las redes, ese que parece generar nuevas esferas, pero que en realidad, sofistica los medios de control. Nuevamente Chul Han: “La visibilidad se establece de una manera completamente diferente: no a través del aislamiento, sino de la creación de redes. La tecnología de la información digital hace de la comunicación un medio de vigilancia. Cuantos más datos generemos, cuanto más intensamente nos comuniquemos, más eficaz será la vigilancia”.

Las redes dan la sensación de poder y conectividad, sensación que oculta la realidad de la persona impotente, manipulada por sutiles medios de propaganda y aislada en esferas egocéntricas dominadas por la necesidad de agradar. La salida del narcisismo de las redes y de las imágenes está en la política del reconocimiento, en ese salir de uno mismo para abrirse a la otra persona y valorar su especificidad, su unicidad, su capacidad de donación y, desde luego, sus dolores específicos.

En entornos de aislamiento y reclusión, emerge de forma imperiosa la necesaria presencia de la otra persona y la constitución de una relación de mutua donación. Ante el poder del mercado que fetichiza absolutamente todo, al convertirlo en objeto de consumo, aparece como un imperativo ético categórico la búsqueda de la amistad basada en la donación de lo mejor de uno mismo y la generación de ámbitos de encuentro en el que las personas puedan constituir un mundo.

La reconstrucción del tejido social bajo una nueva lógica de entendimiento humano y de reconocimiento de las otras personas es imperativa. La idea de mundialización que quedó plasmada en nuestra segunda Proyección de Principios de Doctrina es clave para nuestro futuro compartido: “La mundialización… es protagonizada por personas, comunidades y naciones que se relacionan entre ellas con libertad y dignidad, las cuales, al lado de la estructura tecnológica y económica mundial, construyen leyes e instituciones responsables y solidarias, que brindan un marco de acción conocido, construido y aceptado por todos, con pleno respeto a la cultura, tradición, valores y creencias de cada pueblo”.

Tenemos que volver a lo elemental y esencial: al valor único de cada persona, al cuidado de su propio crecimiento, porque es también el nuestro. No más vida plena de espaldas a los demás en una relación mutua, fecunda, rejuvenecedora de la sociedad llamada solidaridad.

Volvamos a Castillo Peraza: “¿En qué consiste la solidaridad que es parte integrante de un bien común? En evitar los males evitables. En el mundo hay males inevitables: el ciclón, el terremoto, el granizo. Eso no lo podemos evitar; podemos remediar sus efectos; podemos ir a curar a los heridos, asistir a los que perdieron la casa, pero el granizo o el ciclón no lo podemos evitar, son males inevitables. ¿Cuál es el mal evitable? El mal evitable es el que un hombre le hace a otro hombre. ¿Por qué es evitable? Porque el que lo hace, por malo que fuera, tiene conciencia y se le puede convencer de que ya no lo haga, o se pueden poner leyes y mecanismos de coacción para que no le gane su mala voluntad. La solidaridad es evitar el mal evitable, no el inevitable”.

Nuestro imperativo ético como generación y nuestro reto histórico está hoy en promover la globalización de la solidaridad. El ámbito del nosotros debe volver a ampliarse de forma definitiva, porque cuando se reduce el nosotros agoniza el mundo común y terminan imponiéndose las lógicas del aislamiento, la soledad, la indolencia y la desesperación.

Para evitar esos males evitables debemos conocerlos de cerca, romper el cruel círculo del aislamiento y la indolencia, recuperar la sensibilidad humana hacia el dolor ajeno y darnos cuenta de que es también el nuestro.

Ante entornos de devastación y dolor, la política debe recuperar su alta misión de luchar de forma determinante contra el dolor evitable, a la vez que el Estado debe asumir con responsabilidad su papel como suprema instancia de organización comunitaria humana que sólo tiene sentido, hoy día, si está al servicio de cada persona. Nunca más un Estado indolente que extrae rentas generando beneficios magros en salud, educación, seguridad y empleo; nunca más una política que, a la vez que testifica el dolor humano que generan las malas decisiones, le da la espalda, en lugar de asumirlo como suyo, y en lugar de dar una respuesta concreta y actual a dolores concretos y actuales.

 

Twitter: @JavierBrownC

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