Los fundamentos del humanismo político

Julio 2022

Javier Brown César

La Nación

Efraín González Luna es el gran ideólogo del humanismo político, doctrina que postula la centralidad de la persona humana y que es heredera de la rica tradición humanista que comenzó cuando Sócrates de Atenas dejó de filosofar sobre el origen del cosmos, para fijar su atención y sus deliberaciones en la realidad concreta del ser humano.

Despleguemos el pensamiento de don Efraín en sus cimientos, tal como los expone de forma ordenada y certera. “La doctrina de la persona humana, es positivamente central en la estructuración del ideario político del Partido. Es el centro de donde irradian todas nuestras tesis”. La persona humana es “la suprema culminación de la vida en unidad indestructible con el orden todavía superior del espíritu”. “Su posición ontológica ocupa la más alta escala en la jerarquía de la creación”.

La definición de persona implica asumir la tesis de la naturaleza divina del ser humano, tal como lo estableció Boecio con su consagrada definición: “substancia individual de una naturaleza racional”. “El origen etimológico de la palabra persona es latino: viene de pers-sonare, sonar a través, y se empleaba para designar al actor, su voz resonante a través de la máscara que petrifica, que establecía en una forma lapidaria e irrevocable la configuración del tipo humano que el actor representaba”.

Las notas que conforman la definición de persona son: la individualidad, la sustancialidad y la racionalidad. “El individuo es, como lo indica la contextura etimológica de la palabra, la mínima y la última unidad indivisible de la pluralidad, de una especie”. La individualidad es el atributo que hace que una realidad sea única, incomparable.

“Substancia –la constitución misma de la palabra indica el sentido del término- es lo que está debajo de una realidad, lo que la sostiene, la estructura ontológica del ser”. La persona es una realidad substancial, que sostiene accidentes como el color de piel, la estatura, la complexión física y muchos más, todos ellos visibles.

“Con la racionalidad, el individuo humano conoce el bien y el mal”. Así, la persona “opta, tiene libertad; no sólo con la luz de la razón conoce bien y mal, sino que tiene una facultad volitiva que lo hace desear el bien, amarlo y rechazar el mal, apartarlo de sí”.

Sin embargo, la persona “no se basta a sí misma: necesita unirse con los demás, no sólo para progresar, sino para vivir”. “Debe unirse con los demás para mantenerse en el ser y realizar sus posibilidades de perfección”. Estas exigencias de realización y de perfección sólo pueden desarrollarse en sociedad. “La sociedad es natural, tan necesaria, que nacemos ya perteneciendo a ella”.

Contra las teorías contractualistas y convencionalistas acerca del origen de la sociedad y del Estado, González Luna defiende la tesis aristotélico-tomista del surgimiento natural de la sociedad humana. La persona “viene ya a la vida gracias a una sociedad natural la familia, y si no lo recibiera la familia, el pequeño ser gimiente y débil, imposibilitado de valerse por sí mismo, perecería sin remedio”. “La vida en sociedad se nos presenta, así como una jerarquía armónica de medios naturales para realización de propósitos, de destino, de necesidades humanas”. “Se nos presentan como realidades claras, naturales, espontáneas, la familia primero, la ciudad y el municipio después, la provincia más tarde”.

De forma natural también nace el Estado “causa formal de la sociedad”, que la lleva a su perfección propia, este tipo de organización humana. “Es tan natural a la sociedad, como nuestra figura al cuerpo y nuestro modo de ser espiritual a nuestra alma”. En la relación entre los fines individuales y los propósitos estatales el bien común “reconcilia la vida personal y social, la persona y el Estado”.

“El Bien Común no es ni el interés ni el capricho de la comunidad, como entidad distinta e independiente del hombre personal, sino solamente el bien, el interés, la aspiración de la comunidad en cuanto es suma de personas humanas individuales”. La autoridad es también indispensable, como causa ordenadora y formal, que lleva a la organización política a su perfección: “No puede haber sociedad sin autoridad. Una sociedad sin autoridad es inconcebible, sería el caos, el choque constante, destructivo, de intereses encontrados, de criterios discordantes, de apetitos en conflicto; una explosión de violencia y barbarie, el ataque de todos contra todos”. “Por eso se considera que es la autoridad la causa formal de la sociedad”.

La política es, por otro lado, una actividad indispensable y superior. “La actividad política, para nosotros y para todo político honrado, no es ni afán egoísta ni aventura banal; menos es lo que para muchos, que todos sabemos, ocasión de saciar instintos bajos con desenfreno bestial”. “Es actividad noble, actividad empapada de consecuencias graves, actividad dirigida a una realidad viviente que merece respeto y que exige desinterés y generosidad”. La política es tan elevada que: “todas sus actividades, todos sus esfuerzos, todos sus afanes, podrían compendiarse en esta sola palabra: Sacramento”.

El trabajo político, como servicio a la persona, es incansable, interminable: “El pasajero accidente de una elección significa poco en el drama, ya más que secular, de una patria agobiada por problemas sin solución, de ansiedades sin esperanza, de ruinas inminentes, cuando no ya realizadas e irremediables”. “Para nosotros ganar una elección o perderla no compromete la vida del Partido; nosotros, al día siguiente de una elección, ganada o perdida, tenemos seguramente más trabajo que la víspera; nosotros no sacrificamos el destino a la anécdota, ni la batalla campal a la escaramuza”.

De ahí que: “El político de Acción Nacional no ha de tener descanso y, para que sus ideales se realicen, sus hijos y sus nietos y los hijos de sus nietos no lo tendrán tampoco jamás”. “La acción política nuestra es una actividad orgánica, no episódica”. Por ello, “la raíz de los males de México puede resumirse en esta sola fórmula: deserción del deber político”.

Terminemos con una gran idea de González Luna: “Estamos pagando muy caro el pecado de generaciones de mexicanos que desde el primer momento de la vida independiente se olvidaron de su responsabilidad política y abandonaron el destino del país en manos de facciones antinacionales”. Palabras actuales, sin duda, que nos conminan a ejercer nuestro deber político, aquí y ahora, sin odio y sin violencia.

 

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