El joven Ahmed: tragedia en Bélgica; tragedia en Torreón

Enero 2020

Mabel Salinas

La Nación

A veces el cine supera a la realidad y, en otros casos, parecen ir de la mano. El pasado 10 de enero un niño de 11 años de edad, el pequeño José Ángel, mató a su maestra a tiros, hirió a compañeros y a otro profesor, y ataviado como Eric Harris, uno de los asesinos de Columbine, posteriormente se quitó la vida. Sobra decir que la tragedia conmocionó al país por la edad del perpetrador, a la vez que era víctima de un sistema podrido, caldo de cultivo de violencia sin cuartel.

Ese mismo día, irónicamente, se estrenaba en cines El joven Ahmed, el más reciente trabajo de los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, galardonados en el Festival de Cannes con la presea de Mejor Director por esta obra. Y digo irónicamente, porque, si bien hay diferencias palpables entre la historia acaecida en México y la ficción ambientada en Bélgica, ambas tienen un hilo conductor similar: un joven con intenciones de aniquilar a una docente.

En el caso del filme, Ahmed –genuinamente interpretado por Idir Ben Addi– es un adolescente con la mente cooptada por el extremismo islámico. A cuentagotas, se vislumbra que su primo cometió un acto contra las ideologías occidentales y ahora es venerado cuasi como un mártir. Sin importarle los ruegos o regaños de su madre, o las conversaciones pacíficas de su maestra, Ahmed defiende a capa y espada a su Imán, un hombre sin el menor atisbo de remordimiento por usar a jóvenes como carne de cañón de una “guerra santa” creada a partir de la distorsión del Corán.

Cansado de la “impureza” de la profesora, quien incluso se atreve a sugerir leer el libro sagrado con el muchacho, El joven Ahmed trata de acribillarla. Duda. La aguarda. Falla. Vuelve a intentarlo. La persigue. Finalmente, es enviado a un centro de ayuda donde se tratará de extirparle –o al menos aminorar– las ideas radicales de la cabeza.

Pese a que las intenciones del protagonista se desvelan pronto en el filme, su ritmo y tensión nunca decae gracias a varios puntos. En primer lugar, por el trabajo visual de los Dardenne, apegado a sus rasgos estilísticos. La cámara se mueve como si de cinema verité se tratara; el suyo es casi un cine de guerrilla, en donde los encuadres y desplazamientos se hicieron cámara en mano y permanecen cercanos a los personajes: cada intención y movimiento se registran con minuciosa fidelidad. En segundo lugar, porque esta falta de tregua, a veces proporcionada por los cortes, incrementa el interés en el personaje. Como público, estamos ahí, con él, al pie del cañón, escudriñando cada mirada, cada movimiento, cada mínima reacción. Y, en tercero, nos carcome la necesidad de saber si aún hay esperanza de redención para Ahmed una vez cometido su atentado. Sencillamente, permanecemos al borde de la butaca.

Obviamente los contextos sociales de Ahmed y José Ángel son distintos. En el caso del primero queda claro que su actuar es propiciado por un fanatismo religioso inculcado y enardecido. En el de José Ángel las motivaciones permanecerán en la penumbra del inconsciente colectivo, pero la información revelada sobre su entorno familiar y social, sobre las tragedias de su vida y los dolores acallados, palpitan en un tenor comunitario.

El pequeño José Ángel formaba parte de una de las primeras generaciones de niños post destape del narco, que crecieron en medio de una guerra que ha convertido al país en cementerio y donde la violencia ha ido erupcionando cada vez con mayor fuerza. Tanto él como Ahmed nos dejan la reflexión sobre qué clase mundo le estamos dejando a nuestros niños, capaces de empuñar un arma contra alguien más o, incluso, contra ellos mismos, ya sea en Bélgica, ya sea en Torreón.

 

Mabel Salinas es Directora Editorial de enlaButaca.com y colaboradora de Cine Premiere.