El oficialismo acelera su deslegitimación

Junio 2025

Juan Antonio García Villa

La Nación

Algunos consideran –incluso de buena fe— y abiertamente lo dicen, que respecto de la grotesca jornada electoral del pasado domingo 1 de junio está dicho todo y ya no hay nada más que agregar. No, no está dicho todo y en el supuesto de que así fuera, será necesario insistir una y otra vez, por aquí y por allá, desde un ángulo y desde el otro, que la locura en marcha que llaman la reforma judicial no puede continuar.

En la historia de dos siglos que lleva nuestro país de vida independiente, es difícil encontrar algún otro cambio constitucional en la estructura del Estado mexicano peor diseñado, de alcances más catastróficos, de consecuencias más graves que la negativa reforma que nos ocupa.

Explicable porque tal reforma tuvo su origen -¿quién sensatamente lo puede negar?- en motivaciones de venganza atizadas por el rencor y toda suerte de ocurrencias, caprichos e improvisaciones.

La elección del domingo pasado, por donde se le quiera ver, fue un rotundo fracaso. ¿Qué más se podía esperar? La participación ciudadana en términos porcentuales seguramente no llegó a dos dígitos. Millones de mexicanos, a lo largo y ancho del país, fuimos testigos no sólo de la soledad sino también de la desolación en que se encontraron las casillas durante toda la jornada. Y eso que se instalaron menos de la mitad de las que ordinariamente funcionan. Era para que se hubiera notado mayor presencia de votantes, y no fue así.

Bueno, pues a pesar de la evidencia, la autoridad electoral, que lamentablemente ya empieza a ser tan opaca y parcial como la de hace cuatro décadas, informa que la participación ciudadana fue del orden del 13 por ciento. Difícil de creer. Pero en el supuesto de que así haya sido (lo cual significaría que le costó al INE 500 pesos cada voto emitido y que más de 500 millones de boletas quedaron sin utilizar y no fueron canceladas en las casillas como ordena la ley), ¿cómo nos puede decir la presidente Sheinbaum que la elección fue “todo un éxito”? Al engaño burdo, agrega la burla.

Al efecto acude a un sofisma barato, de plano engañabobos. Dice que el total de participantes en la farsa del domingo superó el número de votos que la oposición obtuvo en la elección del año pasado. Además de que el dato es falso, nada tiene qué ver una cifra con la otra. Más bien debe explicarnos la presidente cómo es que si en la elección de 2024 más de 36 millones de electores supuestamente votaron a favor de elegir directamente a jueces, magistrados y ministros, ahora que tuvieron la oportunidad de hacerlo no llegaron ni a 10 millones los que se presentaron a las urnas.

Además, cabe tener presente que el número de votantes reales el domingo 1 no fue el que se dice. Si acaso la mitad. Pero además calla la presidente que la elección judicial registró un porcentaje inusualmente alto de votos nulos, superior al 22 por ciento según las propias cifras oficiales, que fue la forma que encontraron millones de ciudadanos para expresar su protesta contra esa farsa de comicios. Entonces pues el argumento no sólo es falso sino sofista.

Lo que deslegitima esa elección es precisamente su bajo índice de participación. A esto obedece que la presidente ataque este flanco con su retorcido argumento. Por cierto, la comentocracia ha pasado por alto que apenas una semana antes, el 25 de mayo, Venezuela tuvo elecciones legislativas, cuyo dato más significativo –en contraste con lo ocurrido en las elecciones presidenciales de julio del año pasado en ese país— fue la participación ciudadana, según las casas encuestadoras, de entre el 12 y 14 por ciento (aunque Maduro diga que fue el 43 por ciento, que nadie cree).

Curiosamente, el índice de participación en Venezuela (12-14 por ciento) es similar al oficialmente registrado (13 por ciento) en México una semana después. Y a pesar de que allá Maduro tenga otros datos, que ni él cree, sí ha expresado en cambio su encubierta preocupación por el altísimo abstencionismo observado en su país, por lo cual ha dicho que “Venezuela necesita un nuevo sistema electoral”. Lo que en realidad necesitan los venezolanos es que su voto se respete.

Allá Maduro está ya consciente del problema de legitimación en que se encuentra, por más que tenga sometida a la población. Acá, en su soberbia y con sus argumentos infantiles, parece que el oficialismo aún no ha caído en la cuenta de que se halla en la misma situación. Pero ya caerá, ya caerá.

 

La nación