Roma y sus caminos

Mayo 2025

Fernando Rodríguez Doval

La Nación

“Todos los caminos llevan a Roma”, es un dicho popular que subraya la importancia que esta ciudad tenía dentro de los amplísimos horizontes geográficos del antiguo imperio. Roma, ciudad eterna, ha vuelto a convertirse en el corazón palpitante del mundo cristiano. En los últimos días, sus calles empedradas, sus columnas milenarias y sus plazas sagradas han sido testigos de un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia católica. Una vez más, Roma ha revelado su capacidad para convertirse en cruce de caminos: caminos de fe, de historia, de poder espiritual, de luto, de esperanza. Porque Roma no es sólo una ciudad: es también un símbolo.

Desde la muerte de Francisco hasta la elección de León XIV, en Roma se han dado cita cientos de miles, quizá millones, de personas de todo el mundo. Ateos y creyentes, católicos y miembros de otras confesiones religiosas, han sido espectadores de un despliegue estético repleto de solemnidad y profundidad. La destrucción del anillo del pescador, la exposición del cuerpo del Santo Padre, los funerales en la plaza de San Pedro, la marcialidad de la Guardia Suiza, la llegada de los cardenales, el cierre de la Capilla Sixtina y el “Extra Omnes”, las votaciones secretísimas, las fumatas, el “Habemus Papam”… unos ritos centenarios que subsisten. En la época de la inteligencia artificial y la inmediatez de las redes sociales, medio mundo estaba detenido observando una chimenea decimonónica que, con el color del humo, prolongaba la espera de la gaudium magnum.

Con sus ritos y sus símbolos, la Iglesia comunica. Pero también evangeliza y acerca a las personas a Dios. La belleza de la liturgia católica no radica sólo en el esplendor visible, sino en su profundidad espiritual: en cada canto, en cada oración en latín, en cada gesto del rito, resonaba la universalidad de la Iglesia. La exactitud, solemnidad y belleza de la liturgia buscan representar el misterio. Y evocan a lo trascendente, a lo que está más allá de este mundo.

Es conocida aquella anécdota cuando Stalin preguntó cuántas divisiones tenía el Papa. El Estado Vaticano es el más pequeño del mundo –escasas 44 hectáreas— y la Guardia Suiza está conformada por menos de 150 muchachos. Pero lo cierto es que a los funerales de Francisco asistieron decenas de jefes de Estado y de gobierno de las más recónditas latitudes, y la elección del nuevo Papa despertó la atención de los medios de comunicación del mundo entero. Un fenómeno verdaderamente sorprendente.

Quizá se deba a que las fuerzas de la Iglesia son espirituales y van a lo más profundo del ser humano, a aquella parte que está ávida de respuestas. Aunque muchos pretendan reducirla a una suerte de ONG humanitaria, la Iglesia lleva dos mil años proclamando una verdad que salva, anunciado el Bien con mayúscula: Dios mismo. Su naturaleza es espiritual y teológica, tiene una vocación sobrenatural y de trascendencia. La Iglesia nace de la fe en Cristo resucitado y está animada por el Espíritu Santo.

Roma ha sido, y sigue siendo, el lugar donde convergen los caminos del tiempo y de la eternidad. En una época en la que muchas instituciones se diluyen o desaparecen, la Iglesia católica, con sus rituales, su doctrina y su testimonio, sigue siendo faro y brújula. Es una comunidad de fe, una constructora de sentido, una voz que no teme alzar el alma en medio del ruido del mundo para recordarle que el ser humano no es sólo materia o algoritmo; es también espíritu, relación, misterio y dignidad. Y esa verdad la custodia y proclama la Iglesia, aún entre contradicciones, pecados e incomprensiones. La presencia de la Iglesia en los debates morales, sociales, científicos y políticos, incómoda para muchos, es una contribución desde una tradición milenaria y desde un conocimiento profundo sobre el ser humano.

Y así, mientras León XIV inicia su ministerio y el mundo vuelve a sus afanes, Roma permanece como lo que siempre ha sido: una encrucijada sagrada donde abundan los caminos que no se ven, pero que conducen a la verdad.

 

Fernando Rodríguez Doval es Consejero Nacional.

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