Maquío el psicólogo

Mayo 2024

Javier Brown César

La Nación

Toda persona que se dedique a la política debe tener ciertas nociones básicas de psicología. Ciertamente existe lo que se puede llamar una psicología natural, entendida como la mínima capacidad para abrirse a la experiencia de otras personas en un abrazo de reconocimiento, respeto y comprensión; pero para una campaña se requiere mucho más.

Aristóteles de Estagira fue, sin duda alguna, el primer gran psicólogo de la humanidad. Con sus escritos sobre el alma analizó las estructuras fundamentales de nuestra sensibilidad e inteligencia, pero fue principalmente en sus éticas, señaladamente en la Ética a Nicómaco y en la Retórica donde incursionó en el conocimiento puntual de las emociones humanas.

Quienes saben de mercadotecnia política conocen el poder inusual que ejerce la capacidad humana de despertar emociones y sentimientos y saben también que las personas que votan a veces lo hacen con la pasión y el corazón y no con la razón. De ahí la necesidad imperiosa de no sólo apelar a la razón (logos), sino principalmente a los sentimientos (pathos), con base en las características personales de la persona candidata (ethos).

El Maquío fue, sin duda alguna, una de las mentes psicológicas más lúcidas que ha tenido Acción Nacional. Supo analizar las emociones humanas para comprenderlas y empatizar con ellas. Supo también que el ser humano es mucho más que un cerebro que procesa información. De ahí que sus profundos análisis psicológicos sean indispensables para comprender sentimientos como la ira, la envidia, el resentimiento, la mezquindad o el odio.

Transcribimos íntegro un texto que da cuenta de los poderes analíticos de Clouthier, en su sobrio y puntual estudio de la envidia, el cual constituye una auténtica fenomenología:

“Siempre he sostenido que el hombre se realiza en la acción, por medio del compromiso. Por lo anterior, al estar haciendo cosas y estar contrayendo compromisos, estamos viviendo más plena y profundamente que aquellos que no lo hacen. Es decir, estamos sintiendo alguna sensación a la cual ellos son ajenos. Ese no sentir es lo que, pienso, lastima al envidioso. Él quisiera vivir la sensación que el otro experimenta, pero no está dispuesto a trabajar en ello y, todavía peor, a comprometerse.

“Así las cosas, el que no siente se resiente y el resentimiento al rato olvida el porqué del malestar y sólo recuerda el rencor y el odio. Los envidiosos están resentidos con los que han tenido algún tipo de éxito en la vida (familiar, religioso, político, económico o cultural). Puede existir envidia por lo que alguien es en lo social o porque es muy culto. Pero es más fácil de entender en lo económico y no tan fácil en la vida religiosa, donde alguien puede resentirse porque otro lleva una rica vida interior.

“… la envidia olvida pronto su razón de ser, pero no cesa. Aquel que la padece se siente miserable y desdichado porque está totalmente fuera de sí mismo el controlar su pasión y entonces se dedica a destruir al sujeto que le causa tan molesto resentimiento. El envidioso es amargo y resentido, odia y es capaz de cualquier cosa con tal de buscar el fracaso de su adversario imaginario. Nada hay que atrase tanto un pueblo como sentimientos encontrados de esta índole que sean maniqueístas, destructivos: los ricos son malos, los cultos son pedantes, los machos o beatos son hipócritas, los políticos son inmorales rateros, los muy trabajadores no saben hacer otra cosa, los que tienen apego a la familia los manda la mujer, los del PAN son reaccionarios. Además, la envidia nos da una excusa para todas nuestras maldades. Masifica el odio y nos permite ser destructivos con cualquier indicio de éxito. Somos el único país donde se juega al palo encebado. Arriba está el premio y alguien trata de subir para alcanzarlo mientras todos los demás lo están jalando para que no alcance su propósito. Lo civilizado sería hacer una pirámide…

“Siempre he pensado que detrás de nuestro desarrollo subyace una buena dosis de envidia que divide y fragmenta, alimenta rencores y odios, lo cual no permite que se maximicen los esfuerzos de los mejores. Al contrario, en los pueblos chicos a veces pareciera que la sociedad se complace viendo la mediocridad de sus hijos”.

Es ya un lugar común la célebre consigna de cambiar a México sin odio y sin violencia. El monumento al Maquío, ubicado en Altavista, en la Ciudad de México, tiene esta consigna, base de su lucha política no violenta, pacífica, legal y ordenada: “Los convoco a seguir luchando… es necesario mantener el esfuerzo. Que nadie se violente. No caigamos en el juego destructor de ellos. Estamos ordenando el caos que ellos han creado. Acabemos con el temor y el odio. Prosigamos esta lucha para que impere la justicia y la paz, el amor y el patriotismo”.

El Maquío sabía que la violencia, el odio y el terror sólo generan desconfianza y a la postre, hacen perder la esperanza. La esperanza, ese ideal supremo, esa virtud que nos lleva a esperar, con fe, por un futuro mejor, es la antesala del auténtico amor político, de la solidaridad, de ahí la imperiosa necesidad de recuperar la esperanza.

Concluyamos estas ideas con este tema tan vital, antecedido sobre un diagnóstico severo sobre la forma como un régimen puede matar las esperanzas de un pueblo: “El régimen agrede constantemente a los ciudadanos en sus derechos… los reprime cuando se oponen legitima y legalmente al sistema. El temor que todo esto genera tiende a provocar la parálisis de la sociedad”.

Ante esto, la respuesta contundente es la recuperación de la esperanza: “…un pueblo puede aguantar cualquier adversidad mientras no pierda la esperanza… El otro día leí sobre un experimento. En un balde de agua se lanzó una ratita blanca y en menos de cinco minutos se ahogó por no tener forma de salir. A continuación, se hizo lo mismo con otro animalito, pero se dejó un palito metido en forma inclinada en el balde. Después de mucho esfuerzo la rata salió y se salvó. Se procedió con el mismo experimento y se volvió a meter a un roedor en el balde, pero esta vez sin el barrote de madera. El animalito dura más de media hora antes de ahogarse.

“Conclusión: la rata blanca buscaba y tenía la esperanza de encontrar el palito y luchó por encontrarlo para sobrevivir. Algo similar acontece con el pueblo mexicano. Se está ahogando con la pesada carga que le heredaron los corruptos y los ineptos y necesita de esperanzas para salvarse. Esta puede ser la posibilidad de cambio a largo plazo, no violento, democrático…”.

 

La nación