La esperanza tiene nombre y apellido: humanismo político
Abril 2025
Laura Hernández

¿Qué es lo que somos si no el cúmulo de nuestras acciones y convicciones?, ¿qué mejor carta de presentación que la congruencia?, ¿qué otra forma más eficiente para recuperar al país que siendo inspiración para hacer el bien … bien hecho?
Somos los panistas del 2025 los herederos de una doctrina enraizada en lo más profundo de lo que significa ser persona, ser familia y ser comunidad. Tenemos la dicha de tener raíces profundas que resuenan con la experiencia humana y que nos han ayudado a lo largo de las décadas a discernir el camino de propuesta y de construcción del país, sin importar el nivel de crisis al que nos enfrentemos.
Hoy, México, nuestra querida patria, no está en una crisis efímera y el PAN en este 2025 puede ser distinto. Ambos están luchando por reconstruirse desde dentro. Caminando con sus dolores y construyendo desde sus reflexiones lo que debe ser el futuro. Acción Nacional debe procesar más rápido su reconstrucción o quizá hacerlo mientras da la cara a la nación, porque su vocación es precisamente la de alentar a la patria a ser ordenada y generosa para que los mexicanos y sus familias tengan una vida mejor y más digna, y esa vocación no nos permite tomarnos un tiempo fuera para regresar con más ganas y mayor claridad, tenemos que hacerlo al tiempo y ser portadores de esperanza.
Dicho lo anterior, esto no es un lamento más. La tarea que tenemos en el PAN no es simple, pero es fácil porque tenemos la respuesta. Siempre la hemos tenido: la doctrina de la persona humana, sólo hace falta ser valientes, la grandeza no sólo viene de la inteligencia sino del carácter.
González Luna decía que “la doctrina de la persona humana es positivamente central en la estructuración del ideario político del Partido. Es el centro de donde irradian todas nuestras tesis”, es decir, que nuestra directriz en todo es lo que para nosotros es la persona. Y también reconoció que “su posición ontológica ocupa la más alta escala en la jerarquía de la creación”, esto es particularmente importante cuando hablamos de dignidad y de prioridades… primero es la persona; cuando se entiende la profundidad de estos postulados, no es necesario descubrir algo nuevo al momento de definir posturas en el debate parlamentario, en X, en la política pública o en la discusión con los vecinos.
Al comprender nuestros principios básicos, esos que abrazamos en el momento de iniciar nuestra militancia o en el momento de contender por un cargo público bajo las siglas de Acción Nacional, es fácil mantener una congruencia que nos permita no sólo vivir en paz con nosotros mismos, sino también ser agentes de cambio que inspiren en la construcción de un México con futuro.
Somos humanistas, ayer, hoy y siempre. Nuestro humanismo viene de un profundo amor por la persona humana y no de una ocurrencia ideológica como el mal llamado humanismo mexicano, que de humanismo no tiene nada y de consistencia menos. Error nuestro será si permitimos que los que brindan ilusiones con un falso humanismo logran opacar nuestra alternativa.
La acción inherente del humanismo político que está inscrito en nuestro ADN es la de poner a la persona al centro de nuestras decisiones, esto nos ha dado claridad por generaciones ante la “colisión de derechos” y nos permite actuar de forma eficaz y libre, libertad que sólo se entiende a la luz de las certezas que nos mueven: la familia como sociedad natural, la política social como desarrollo en libertad, entender como justos los reclamos ante el dolor de las más de 100 mil víctimas de desaparición forzada, de los niños y niñas en situación de calle, de las mujeres preocupadas por un embarazo inesperado, de los migrantes angustiados y de todas las personas y familias cuyas vidas han quedado marcadas por la violencia y el descarte.
No hay nada más importante que la vida humana, no hay nada que defina más nuestra existencia que la forma en la que defendemos nuestra valía como personas, cuando esto no se entiende viene la confusión y la crisis.
En el corazón de la confusión en la que está inmersa el país está la decisión de descartar la vida de los demás y la creencia de que no todos valemos lo mismo. Hace décadas que se dejó de creer que existe la posibilidad real de discernir que algo es objetivamente bueno o malo, y nos convertimos en esclavos de las mayorías. La confusión que recorre a las generaciones lleva a aplaudir los abrazos a quienes actúan fuera de la ley y utilizan la vida de los demás como mercancía, a cuestionar a quienes combaten en defensa del estado de derecho y la seguridad de las familias, a burlarse ante quienes utilizando la lógica y el sentido común defienden la vida en el vientre de las mujeres simplemente porque es lógico, es humano, es el fundamento de los derechos humanos. El falso derecho a matar tiene muchas caras.
Ante esto nuestras posturas no son coyunturales, no se contradicen, no cambian, no son conservadoras, son humanistas. Las familias deberían de poder confiar en nuestra institución porque saben exactamente qué esperar de nosotros, reconocer lo que creemos y nuestra forma de gobernar. Nuestra congruencia doctrinal en lo privado y en lo público no es una limitante, es una fortaleza; pero tengamos claro que la congruencia personal e institucional no se pueden fingir.
Es con esa fortaleza con la que podremos hablar de esperanza e inspirar al país, corregir los tropiezos, caminar a un solo paso y en una misma dirección, ser muy claros en nuestra presentación ante los ciudadanos, dar resultados y recordarles a las familias en dónde está la solución. Podemos hablarle a un México al que le urgen respuestas, nuevos caminos y un liderazgo político que en su persona se reconozcan además de la técnica, las causas que le mueven, que en su actuar se reconozca el propósito de su vocación y que al hablar tenga la capacidad de transmitir emoción y convicción, y no cálculos aritméticos que instrumentalizan a las personas y secuestran instituciones. Ese filtro, ese accionar, sí es nuestra responsabilidad como militantes, como funcionarios, como representantes populares y como dirigentes.
Ser portadores de esperanza como el humanismo político lo es, requiere de un trabajo personal e institucional porque creemos en la acción trascendente y no en el caudillismo. La fortaleza de México está en sus familias, en su amor por la vida, en su solidaridad con el vulnerable, en su resiliencia a pesar de la tragedia, en la naturaleza humana que podemos respetar por la riqueza de nuestra doctrina y no en construcciones sociales que confunden, aíslan y debilitan. Blindar a nuestra institución de la moda de la cultura del descarte es el primer eslabón de nuestra renovada carta de presentación.
Laura Hernández es coordinadora nacional de Vida y Familia.
