Reporte clasificado o el reporte de la tortura
Noviembre 2019
Maribel Salinas
Daniel J. Jones es un nombre igual de relevante que el de Edward Snowden y Julian Assange. Cada uno, por diferentes motivos, se vio en poder de información clasificada, secretos de estado o de agencias gubernamentales, y se enfrentó a una decisión: darla a conocer o no, filtrarla a los medios o mantenerla resguardada bajo llave. Jones no la hizo llegar a los medios de comunicación, sino que se apegó a las formas políticas del senado estadunidense.
Tal vez por eso su nombre no resuena con trompetas mediáticas. Tampoco contribuyó que hubiera pocas repercusiones: las cabezas que debían rodar permanecieron en su lugar, inamovibles, inmutables, reforzadas de poder. “Reporte clasificado” trata de darle la justicia que merece este hombre y contar su historia, pues hizo lo que hizo pese a tener a una de las dependencias más peligrosas del orbe en su contra.
Los más versados en los hechos conocerán el caso: Daniel J. Jones (interpretado magistralmente por Adam Driver) fue el líder de una investigación iniciada por la senadora demócrata Dianne Feinstein (Annette Bening, irreprochable) en contra de la CIA. La encomienda consistía en determinar si se llevaban a cabo procedimientos de detención ilegales e interrogaciones tortuosas, pero, más aún, si estos métodos violatorios de los derechos humanos tenían resultado.
“Reporte clasificado” se basa en el documento de casi 7 mil páginas escrito por Jones, en donde expone las incongruencias, mentiras y algunos de los 119 casos de tortura injustificada. Mediante una edición no lineal pero completamente trepidante, acompañamos al protagonista en sus descubrimientos. Hombre por hombre vemos la inhumanidad tras la técnica y la serie de desaciertos tomados por la Agencia Central de Inteligencia tras el pánico desatado por el 9/11.
El director y guionista Scott Z. Burns, sin embargo, se toma su tiempo para excluir al miedo como único catalizador de la tortura descarnada. Desenvaina motivaciones políticas, ambiciones económicas, silencios convenientes, pero, por encima de todo, un odio desmedido hacia el otro por sus creencias y lo que sus rasgos físicos representan. Es el retrato de una cacería de brujas moderna injustificable, susurrada por muchos y callada por todos, al menos hasta el arribo de Jones a la ecuación.
La película encapsula uno de los peores escándalos políticos de la historia reciente, al nivel de Cambridge Analytica. Pese a sus imágenes y diálogos brutales, la escena en la cual se habla de la justificación de la tortura en términos legales es tan abominable como aquella vista en “El vicepresidente”, Burns busca narrar los hechos desde un punto neutral, no muestra preferencias ni por el bando demócrata ni por el conservador.
Su guion lo mismo apunta hacia yerros de Bush como de Obama o al interés de Feinstein o McCain por revelar las infamias perpetradas por la CIA a través de sus juegos maquiavélicos, al fin y al cabo, la agencia domina el negocio de la información. La cinta es prístina en su retrato de las presiones del poder y de sus órganos gubernamentales por salvaguardar sus intereses. Pero, claramente, “Reporte clasificado” expone las malas prácticas de una villana que permanece en una situación de honor y mantiene sus cotos de poder. Esa es la parte más escabrosa del relato, porque, tristemente, no es ficción.
Reporte clasificado
Dirección: Scott Z. Burns