La devastación de la política
Septiembre 2025
Javier Brown César

Ante el dilema de reconstruir al Estado de forma heroica, asumiendo costos inauditos, pero cimentando el futuro de las próximas generaciones, muchas naciones han optado por la vía del desmantelamiento del otrora glorioso Estado de bienestar. Así, están apostando por una política cortoplacista que privilegia el pillaje que minorías rapaces operan sobre las instituciones, repartiéndose de forma privada los frutos de su desmantelamiento acelerado.
Estamos ante lo que el sociólogo Zygmunt Bauman denominó retrotopía: una regresión histórica a lo que parecían etapas de desarrollo ya superadas. Con el regreso a Hobbes y ante la crisis del poderoso Leviatán, surgen múltiples feudos de poder, diversos leviatanes que generan cotos basados en el tradicional sistema clientelar romano. Las clientelas romanas perpetúan la dialéctica amo-esclavo analizada por Hegel, consistente en que un patrón poderoso ofrece protección y ayuda a clientes, a cambio de servicios específicos y de lealtad incondicional. Hoy este sistema arcaico se traduce en clientelas políticas, sometidas a poderes inhumanos, que buscan principalmente aquiescencia pasiva, sumisión perpetua y apoyos ciegos.
Esta regresión reinstaura el estado de guerra contra todos, analizado por Hobbes. Lo que predomina en este estado de naturaleza preestatal, es la situación descrita por Plauto en su comedia Asinaria: homo homini lupus (el hombre es el lobo del hombre). Se trata de un estado de guerra civil latente y permanente, en el que las pasiones predominantes son, de acuerdo con Hobbes, la competencia descarnada (competence), la inseguridad constante (diffidence) y el afán de reputación y estatus (glory). Así, las relaciones de amistad y la solidaridad social basada en el amor ceden su lugar al frío cálculo astuto de intereses. Las personas dejan de ser amigas para convertirse en fuerzas hostiles que buscan acabar con la competencia, asegurarse un futuro de riquezas en muchas ocasiones mal habidas y lograr un estatus social artificial en el que el lujo desmedido denuncia la inocultable miseria personal.
La destrucción del lenguaje
La política se destruye cuando la base misma de su existencia es destruida. Para Aristóteles y para Hannah Arendt el ámbito de lo público es un espacio configurado lingüísticamente en el que se dan el consenso, el diálogo y el acuerdo. Pero cuando se destruye el lenguaje, cuando se le contamina y pervierte, se destruye la base mínima del entendimiento, el diálogo deviene monólogo de poderosos represores y el acuerdo se convierte en lo que dictan grupúsculos mafiosos enquistados en estructuras de poder.
La acción comunicativa de Habermas, basada en la acción orientada al entendimiento, con fines emancipatorios, cede a la violencia psicológica, a la coacción física y a la amenaza subrepticia. Ningún entendimiento es ya posible cuando el lenguaje público es destruido, quedando como residuos lamentables consensos fingidos, falsas unanimidades e ideologías parciales que niegan en sus raíces a la propia realidad.
La antipolíitica
Lo que emerge, en lugar de la política, es la antipolítica: una corriente de pensamiento devastadora, que niega la esencia misma de la política, que la considera como algo perjudicial y que reemplaza a los políticos profesionales, quienes tienen como mística el servicio y como fin el bien común, por mafias enquistadas en los aparatos del poder que, sin criterios morales basan su “superioridad” en el control ingente de cuantiosos recursos, obtenidos usualmente bajo las peores prácticas corruptas, así como en el control de instancias de fuerza paraestatales, que en muchas ocasiones consisten en alianzas veladas con grupos criminales.
La antopolítica destruye la Política con mayúscula, la que tiene como fin el bien común, y la reemplaza con la politiquería basada en la intriga, los golpes bajos y el vicio de la astucia transfigurado en virtud moral. La astucia política es un vicio corruptor de la prudencia: conlleva el uso de cualquier medio para lograr determinados fines. Así, el astuto se puede hacer aliado de criminales y de mafias, porque lo que importan no son los objetivos superiores de la República, sino los objetivos particulares de las costa nostra (la mafia).
La necropolítica
El paso final hacia la plena devastación de la política se da cuando emerge la necropolítica, término acuñado por el filósofo Achille Mbembe. Michel Foucault había consagrado el término biopolítica, para expresar la forma como en los Estados, el poder se centra en la gestión de la vida de las poblaciones. El eje de la biopolítica es la vida, el de la necropolítica es la cultura de la muerte, en la que el arcaico dios Moloch renace para testimoniar los sacrificios humanos que los regímenes necropolíticos promueven y legitiman; sacrificios no a la vieja usanza, sino basados en un poder Estatal diabólico que administra la muerte, tolerando e incluso ignorando o promoviendo la eliminación de determinados grupos sociales en un auténtico ejercicio de genocidio subrepticio.
La necropolítica es diabólica, no en el sentido usual de dominio de entidades malignas, sino en el sentido tradicional de acuerdo al origen griego: diábolos es lo que divide, lo que promueve el desacuerdo, la querella, la porfía, la violencia, las acusaciones falsas, la calumnia y la detracción. Lo contrario a la política diabólica, es la política simbólica, la que se basa en el encuentro, en la reunión.
Cuando se pierden los símbolos que tradicionalmente nos unían, emergen símbolos sucedáneos que pretenden erigirse en nuevos dioses: el movimiento, el pueblo, la soberanía que aísla, el nacionalismo que niega el cosmopolitismo y el progresismo que niega libertades y promueve agendas potencialmente letales para las poblaciones jóvenes. La necropolítica desarrolla nuevas “tecnologías” que reemplazan a la técnica, y que están al servicio de la gestión de la muerte, de la destrucción de los no nacidos y de la eliminación de opositores.
No en balde, los mecanismos de la necropolítica, se alían con la dialéctica del amigo/enemigo de Carl Schmitt. Dicha dialéctica, cuando se exacerba y se alía con supuestos marxistas de revolución violenta, conlleva la eliminación selectiva de poblaciones. No nos extrañemos que quienes se han instalado en la lógica necropolítica, sean insensibles, crueles, cínicos y despiadados. La muerte solo alimenta sus egos y parece acrecentar su poder. De aquí a la destrucción total del Estado solo resta el paso que hoy están dando fascismos y populismos de diverso cuño en varias naciones.
X: @JavierBrownC
