La debilidad del presidente
Marzo 2024
Humberto Aguilar Coronado
El paquete de reformas constitucionales con las que el presidente López Obrador pretende incidir en el resultado de la elección de junio de este año tiene múltiples lecturas.
La mayoría de los analistas las encuentra, primero, como un mecanismo, en los límites de la legalidad, para establecer la agenda de la discusión que privará en las campañas políticas.
Según esta visión, AMLO ha colocado los temas de la agenda que impulsará la candidata de la coalición gobernante y con la que obligará a que, tanto los opositores como los medios de comunicación, tengan que dedicar una gran cantidad de sus recursos en descalificar esa agenda.
Según esta tesis, en la lógica del partido gobernante, la agenda de reformas constitucionales está estratégicamente planeada para convertir la elección en un plebiscito ratificatorio, por el cual AMLO, de alcanzar el apoyo electoral que espera, perfilará al país en la ruta que él ha decidido, sin margen para la rectificación o el cambio de rumbo.
Conforme a este análisis, la candidata del partido en el gobierno pierde todo rol protagónico y se convierte en una simple portavoz de los deseos y anhelos del presidente, a los que identificaría como los anhelos de su movimiento.
En otra lectura que se desprende de los análisis políticos, el paquete de reformas constitucionales significa la maniobra con la que AMLO garantiza que será él, y nadie más, quien ejercerá el poder después del relevo presidencial.
La teoría del nuevo Maximato, el Obradorato, supone que López Obrador se retirará al concluir su mandato, pero mantendrá un férreo control sobre las decisiones fundamentales del eventual gobierno de Claudia Sheinbaum.
La tesis se basa en la identificación de que el paquete no tiene posibilidades de ser aprobado por la actual Legislatura del Congreso de la Unión, y que, de obtener la mayoría calificada en la siguiente legislatura, será una o un legislador de Morena quien haga una copia y las presente.
Entonces, si no se trata simplemente de una plataforma electoral, sino que se pretende que efectivamente sea aprobada, se requiere que la estrategia electoral sea exitosa, y que Morena y sus aliados obtengan las mayorías calificadas necesarias en el Congreso.
Quienes sostienen esta teoría suponen que López Obrador -su popularidad y su agenda- serán la causa eficiente del resultado electoral, y que todos los legisladores y la presidenta de la República tendrán que aprobar las reformas en el primer periodo de sesiones del Congreso. Suponen que no tendrán alternativa, pues el poder real estará en Chiapas y no tolerará retrasos o desvíos.
Para esta tesis, su popularidad, el paquete de reformas y el instrumento de la revocación de mandato, le garantizan a López Obrador una capacidad de control absoluto sobre la Dra. Sheinbaum, y sobre el resto de los actores fundamentales de ese grupo político. López Obrador conservaría el control que le da la presidencia aun después de haberla dejado.
Esta teoría supone, también, que los partidos de oposición quedarían reducidos hasta un nivel de intrascendencia y el grupo en el poder lograría eliminar todos los contrapesos que hoy funcionan en el sistema político mexicano.
Frente a estas teorías que, reconozco, son las dominantes, yo presento otra tesis.
Los análisis que he referido suponen, a mi juicio erróneamente, que López Obrador goza de un poder irresistible que no puede ser frenado por ninguna institución o por ninguna realidad.
Suponer que con presentar 20 iniciativas al Congreso de la Unión arrasará en la elección es, a mi juicio, una postura muy ingenua que sólo da fe del poder de sugestión del presidente.
Por eso me atrevo a formular otra hipótesis: la estrategia del paquete de reformas constitucionales de López Obrador es una prueba contundente de los niveles de debilidad política con que cierra su sexenio, y del terror que le causa la posibilidad de perder la elección presidencial.
Presumo que la docilidad de la Dra. Sheinbaum no es simplemente una estrategia electoral para dejar pasar los meses que faltan para la elección sin colocarse en riesgo de perder su ventaja, sino un reconocimiento de la debilidad con la que cierra la administración de López Obrador, y del peligro que ella misma corre si no se concreta su triunfo.
Estoy convencido de que la candidata del oficialismo quiere ser presidenta de México con todo el poder del cargo y todas sus potestades y fortalezas, tal como ocurrió cuando fue jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
No logro conciliar la trayectoria de una mujer que ha ejercido el poder con plenitud, con la imagen de alguien que esté dispuesta a ejercer una presidencia de adorno. Entonces revisemos las debilidades.
En resultados de gobierno no es necesario detenerse mucho. México tiene una larga lista de fracasos de gestión gubernativa que ya están plenamente identificados en la mente de los electores: seguridad pública, salud, educación e inflación, por ejemplo.
A las puertas de la realidad, la gran crisis hídrica que enfrentará la Ciudad de México y muchas otras zonas del país.
Los severos daños al medio ambiente, a la cultura, al deporte y al transporte colectivo, por ejemplo, generan todos los días fuertes reclamos ciudadanos y disminuyen la base de apoyo con la que López Obrador llegó a la presidencia.
El contundente fracaso en su intento por desmantelar a las instituciones que garantizan controles republicanos y la reacción de apoyo de millones de ciudadanos al INE, al INAI y a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, significaron un reforzamiento de la conciencia política de un segmento de la población capaz de inclinar la balanza electoral.
Por último, la forma en que se está derrumbando la bandera de honestidad con la que López Obrador sedujo a millones de personas, anuncia un tremendo desencanto que tendrá consecuencias electorales.
Así, estoy convencido de que la última estrategia de AMLO se parece más a una reacción desesperada que a una muestra de su enorme poder.