La caótica vida de Nada Kadić
Agosto 2019
Mabel Salinas
La directora mexicana Marta Hernaiz Pidal vivió un tiempo en Bosnia mientras se especializaba en cine en la escuela del cineasta húngaro Béla Tarr. En aquel contexto extranjero vio germinar las semillas de su ópera prima, su debut en la dirección: La caótica vida de Nada Kadić, una cinta con sabor experimental y europeo, pero filmada con ojos y experiencias mexicanas. Pero más aún, con ojos y experiencias femeninas.
Sigue una historia tan universal como normalizada, no por ello invisible o poco heroica –aunque a veces ninguneada–: el vaivén de las madres solteras. En su caso, la película cobra dotes metarealistas porque ficción y realidad beben una de la otra. Durante su estancia del otro lado del mundo, Hernaiz conoció a Aida Hoffman, una actriz y madre soltera dispuesta a compartir su historia para que a partir de ahí se crearan algunos puntos clave del argumento.
Sin embargo, cuando el guion estaba en desarrollo, Aida recibió la noticia de que su hija Hava, de menos de tres años, padecía una forma de autismo, de ahí sus dificultades para comunicarse o desenvolverse en el mundo dentro de los esquemas tradicionales (que no necesariamente mejores).
Desde ese momento vemos cómo se enmaraña una vida de por sí complicada. Si los tejemanejes de la maternidad en solitario ya eran demandantes, encontrar la ayuda adecuada para su pequeña se vuelve una nueva odisea, una con un Estado indiferente y leyes miopes y recalcitrantes. La caótica vida de Nada Kadić narra, entonces, el peregrinaje de esa mujer de abundante cabello rojizo y ropajes coloridos por, primero, encontrar ayuda, y, en segundo, por hallar un oasis emocional.
La asistencia social desestima a Nada porque gana $800 marcos al mes (unos $8 mil pesos mexicanos, según explicó la directora al término de una función en la Cineteca Nacional). Según las leyes bosnias eso es suficiente para pagar renta, guardería y cubrir los gastos de su hija. Nadie parece entender que la pequeña Hava necesita terapias, tratamientos y escuelas especiales, cuyos costos desorbitados rebasan las posibilidades económicas de su madre.
Nada y Hava se encuentran a sí mismas sin amparo gubernamental, social y apenas una voz amistosa cercana. Pese a los ojos inquisidores de maestros y otros padres de familia alrededor, Nada se embarca en un viaje por las carreteras de su país para obtener un respiro –lo cual añade belleza visual al filme–, para mitigar la desesperación económica y emocional que la ahogan.
Los puntos colindantes entre la realidad de La caótica vida de Nada Kadić y la situación de miles de mujeres mexicanas son estremecedoras y cercanas. Ahí, justamente, radica su universalidad. Sólo cambian los exteriores, las locaciones, algunas costumbres, pero el relato base se vive a diario en las calles de nuestro país: voces femeninas desesperadas y trabajadoras, hambrientas por ofrecerle lo mejor a sus hijos sin apoyo –muchas veces–, más que de otras mujeres.
No obstante, pese a la comunión que genera esta historia al tener un argumento ya empleado numerosas veces en diversos formatos narrativos, Hernaiz se distancia por sus decisiones estéticas. La caótica vida de Nada Kadić se ve y se respira como un filme visualmente europeo, pero no sólo por sus locaciones –desde interiores hasta exteriores– o la fisonomía de sus personajes. Se siente como tal por su carácter experimental y su edición fragmentada: elementos sonoros y visuales con el propósito de sumar al caos y la desesperación de Nada.
De hecho, el sonido –saturado, repetitivo, incómodo tal vez–, es crucial para, como espectadores, ayudarnos a entender el mundo como la pequeña Hava, quien escucha y asimila de una forma especial. Porque, ¿quién dijo que en el caos no puede residir belleza?