El terror a las palabras

Noviembre 2021

Hermenegildo Castro

La Nación

 

La palabra tiene una virtud: si es precisa es letal.

Rosario Castellanos

 

En literatura, la palabra alcanza niveles artísticos; en política, sólo pragmáticos. La palabra es la herramienta principal de los políticos. El uso equivocado puede traer intensos dolores de cabeza, pero no usar la palabra que corresponde para definir al adversario también puede tener consecuencias nefastas.

Dejar que a uno le impongan una palabra como etiqueta es un error político. Por ejemplo, el presidente y su aparato de propaganda suelen llamar “fascistas” a todos los que piensan distinto a él. La paradoja estriba en que, punto por punto, las conductas fascistas son las que práctica el gobierno todos los días.

Las respuestas son siempre mesuradas y revelan un terror a la palabra “fascista” para definir la actuación del presidente. Algo muy distinto ocurrió en Estados Unidos. Al escribir su libro Fascismo, una advertencia, la ex secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, se preguntó: “¿Por qué volver a hablar de fascismo?”. La respuesta es contundente:

“Lo diré sin tapujos: una de las razones es Donald Trump. Si consideramos el fascismo como una herida del pasado que estaba prácticamente curada, el acceso de Donald Trump a la Casa Blanca sería algo así como arrancarse la venda y llevarse con ella la costra… Ha degradado de forma sistemática el discurso político, ha demostrado un asombroso desprecio por los hechos, ha difamado a sus predecesores, amenazado con encerrar a sus rivales políticos, ha tildado a periodistas relevantes de enemigos del pueblo”.

Existe un evidente paralelismo entre Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador. Se podría decir sin exagerar que están cortados con la misma tijera. Sin embargo, en México no se habla del rostro fascista del gobierno. Cuando mucho se le llama “populista”.

En este sentido, el filósofo Rob Riemen, nacido en los Países Bajos, advierte que “el uso del término populista es tan sólo una forma de cultivar la negación de que el fantasma del fascismo amenaza nuevamente a nuestras sociedades y de negar el hecho de que las democracias liberales se han convertido en su contrario: democracias de masas privadas de su espíritu democrático”.

No lo son, pero parecen descripciones del México actual, precisamente porque el gobierno de López Obrador presenta un síndrome del fascismo. El síndrome es un conjunto de síntomas que definen una enfermedad o una condición que se manifiesta en el sujeto. Claramente, no estamos viviendo aún en un régimen fascista, pero ya presenta muchos de los síntomas que más vale atender a tiempo. Estos son algunos de ellos:

  1. Un líder autoritario, generalmente carismático, dice representar a la nación y ser su único vocero. En la toma de posesión el presidente dijo “ya no me pertenezco”. Desde su perspectiva, cualquiera que disienta se convierte en “traidor a la patria”.
  2. Divide a la nación en buenos (nosotros) y malos (la oposición).
  3. Recurre a un pasado mítico para justificar sus ocurrencias. (El pueblo sin mancha antes de La Conquista, la Independencia, el desarrollo estabilizador, etcétera).
  4. Crea un estado de irrealidad con mentiras (más de 61 mil en tres años) y con denuncias de complots en su contra (teorías conspiratorias).
  5. Expresa un anti intelectualismo. Busca imponer su punto de vista descalificando la educación profesional, los conocimientos técnicos y la autoridad intelectual. Ha dicho que quienes estudian en el extranjero van a aprender a robar, ha propiciado la persecución penal contra 31 científicos del Conacyt, ha puesto en marcha una estrategia para apoderarse de las universidades públicas, además de recortarles el presupuesto y las becas para estudiantes de posgrado.
  6. Hace propaganda en lugar de gobernar. Critica todos los días la corrupción, pero en realidad la tolera en sus parientes y colaboradores cercanos. En la práctica no hace nada por combatirla. En tres años no hay un solo sentenciado por corrupción.
  7. Construye una realidad alterna. La palabra del líder se convierte en el único criterio de verdad, pero el líder miente sistemáticamente, de tal manera que el objetivo consiste en enterrar la verdad. El segmento “Quién es quién en las mentiras” ejemplifica muy bien este recurso: si lo dice el presidente es cierto, todo lo demás es mentira.
  8. Se presenta como víctima. El líder se declara víctima mientras ejerce el oficio de verdugo. Difama, agrede y descalifica desde las alturas del poder, pero se declara víctima de un bot de las redes sociales. Lo que busca es crear un sentimiento de grupo para utilizar el resentimiento en contra de los críticos.
  9. Rechazo a la modernidad. Proponer el trapiche para reactivar la economía, los caminos construidos a mano, la condena a la automatización en la fabricación de automóviles, el regresó al carbón para producir energía eléctrica, la crítica a los “ventiladores” que afean el panorama y se roban el aire indígena, detener la compra de computadoras, etcétera.
  10. Movilización continúa. Las consultas “patito” son una forma de mantener movilizadas a sus bases. Ahora, ya anunció que, a pesar de la pandemia, retomará las concentraciones masivas.
  11. El partido (Morena) y el Congreso (de mayoría oficialista) se convierte en una oficina de trámite, sin autoridad ni representación propia, sujetos a las órdenes del líder. Los congresistas oficiales se declaran orgullosos de ser una “Oficialía de Partes” para validar sin cambios los caprichos de su jefe.
La nación