Cómo destruir la nación

Agosto 2025

Javier Brown César

La Nación

La escritora Ece Temelkuran nos ofrece en su obra Cómo perder un país, lo que denomina los siete pasos de la democracia a la dictadura. El tema de la decadencia de los regímenes políticos data al menos de Aristóteles y ha sido estudiado a lo largo de los tiempos, siendo Polibio una figura clave por su teoría de los ciclos políticos, llamada anaciclosis. Según Polibio a la democracia sigue la oclocracia (gobierno de la plebe) y a la oclocracia la monarquía.

En La Política el filósofo de Estagira hablaba sobre cómo conservar a las tiranías: “Las tiranías se conservan de dos maneras: truncar a los que sobresalen, suprimir a los orgullosos; no permitir comidas en común, ni asociaciones, ni educación, ni ninguna cosa semejante, sino vigilar todo aquello de donde suelen nacer los sentimientos: nobleza de espíritu y confianza… debe procurar por todos los medios que todos se desconozcan lo más posible unos a otros (pues el conocimiento hace mayor la confianza mutua)... y también que los ciudadanos se calumnien unos a otros, que los amigos choquen con los amigos, el pueblo con los distinguidos, y los ricos entre sí; también hacer pobres a sus súbditos es una medida tiránica para que no sostengan una guardia y, ocupados en trabajos cotidianos, no puedan conspirar”.

Estas reflexiones son vitales para comprender la decadencia de la democracia ateniense, en tiempos de Platón y Aristóteles. La democracia falló por un cúmulo de factores: la confrontación entre facciones irreconciliables, lo que dio pie a un escenario de fuerte polarización; la crisis de participación ciudadana; los constantes pleitos legales iniciados o acicateados por sicofantas profesionales; y el sopor y la manipulación de la ciudadanía en manos de demagogos profesionales como Alcibíades, a la vez astuto y traicionero. Hoy día, las democracias mueren de forma insospechada para esos tiempos: no mueren por golpes de Estado o revoluciones sangrientas; quienes llegan al poder por la vía democrática, socaban las instituciones, vulneran las normas y toleran o incluso incitan a la violencia, tal como lo vieron Levitsky y Ziblatt en su obra, Cómo mueren las democracias.

Volviendo a Temelkuran y a sus pasos: el primero consiste en crear un movimiento, bajo la falacia de que el movimiento es más que un partido, y bajo la coartada engañosa de cambiar por completo un sistema corrupto y corruptor. Los líderes del movimiento operan una auténtica capitis deminutio al infantilizar a las masas, primer paso para movilizarlas contra supuestos enemigos y luego prometerles el Edén en la tierra, para lograr su plena aquiescencia.

El segundo paso hacia la dictadura es dramático, ya que implica atentar contra una de las expresiones más elevadas y nobles de la persona humana: el lenguaje. La infantilización del lenguaje público conlleva la correlativa infantilización de masas hasta entonces racionales, a las cuales se convierte en niñas y niños. Como dice Temelkuran: “la voz crítica queda huérfana en la esfera pública, y las masas opositoras se convierten en una silenciosa nave a la deriva sin un faro que las guíe mientras pierden a sus líderes de opinión. Su desesperación se agrava más cuando comprenden que la centrifugadora del discurso dominante ha absorbido a quienes creían que tenían más juicio”.

El siguiente paso es la eliminación de toda forma de vergüenza, lo que lleva al imperio de la desvergüenza y al cinismo rampante. Lo que domina el espacio público político son ahora las mentiras, gracias a una subrepticia operación de “sustitución de la verdad por meros disparates”. “El espectro de la verdad alternativa -mentiras a gran escala y extremadamente organizadas- que hoy atormenta al sistema vino presidido por la normalización de la desvergüenza”. Lo que campea hoy es una política desmoralizada que usa a la moral como coartada y violencia, no como convicción: “cuando la moralidad se ve exiliada de la vida pública y aislada en el espacio privado del individuo para disfrutarla sólo en ciertos momentos de la jornada, ¿cómo podemos saber con una mínima certeza que la vergüenza y la compasión son conceptos compartidos por todos?”.

A la desvergüenza y al cinismo le sigue el desmantelamiento de los mecanismos judiciales y políticos. En resumen: la indefensión ciudadana ante un Estado policiaco y extractivo que, en lugar de proteger a la ciudadanía, se protege de la ciudadanía. Después hay que rediseñar a la ciudadanía, operación que comienza con las mujeres: “la imagen de la mujer, y a veces su alma, se moldea y se desmoldea, se configura según el gusto del régimen y se utiliza como los maniquíes de las tiendas para promover el concepto de ciudadanía ideal del poder político predominante”.

El sexto paso hacia la dictadura es brutal, Temelkuran lo frasea así: “Deja que se rían ante el horror”, paso previo al último y séptimo paso a la dictadura: Construye tu propio país. Lo que conlleva la pérdida de identidad histórica en aras de una identidad sui generis, construida desde el propio poder, gracias a una narrativa que pretende ser auténtica. Al final, la pregunta de muchas personas ante las dictaduras ¿sigue siendo este mi país?, se traduce en la desesperanzadora pérdida de la nación: ¿Hay algún sitio donde pueda escapar de esto? Porque al final, la nación es la suma de proyectos, sueños y esperanzas individuales; perder la nación, conlleva perder el futuro y sepultar la esperanza.

Y si todo esto lleva a la dictadura, ¿qué es la dictadura? En sus orígenes romanos, la dictadura se daba en un periodo llamado interregno (entre reyes). En Roma los dictadores gozaban del imperium maius, de la totalidad de los poderes civiles y militares. Eran nombrados por los cónsules o por los tribunos. Los dictadores no podían abolir la constitución, por lo que gozaban de “una magistratura extraordinaria, prevista y disciplinada por el derecho público para casos de emergencia” y duraban seis meses.

Sartori, a quien seguimos en su obra Elementos de Teoría Política, refiere a la clasificación de Neumann de los tres tipos de dictaduras: la simple “en la que el poder dictatorial es ejercido por medio de una intensificación de los instrumentos normales de coerción: ejército, policía, burocracia y magistratura”; la cesarista en la que “el poder dictatorial se basa también en el apoyo de las masas”; y la totalitaria en la que “al monopolio de los instrumentos coercitivos ordinarios y a la fascinación de las masas se añade el control de la educación, de todos los canales de comunicación (prensa, radio, TV), además de la puesta en marcha de técnicas coercitivas ad hoc con el fin de establecer un control “total”. Muchas naciones han seguido estos pasos para instaurar tiranías dinásticas, que se apoyan en el miedo, el odio, la frustración y el resentimiento de masas fácilmente moldeables a las que basta ofrecer esperanzas vanas y soluciones fáciles para logar su pleno apoyo y total consentimiento. ¿Dónde estamos hoy en México en el camino a la dictadura?

 

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