Bioética y vida humana
Abril 2024
Javier Brown César
El estudio de la bioética fue uno de los campos en los que Acción Nacional fue pionero indiscutible. En un artículo publicado en el siglo pasado, Alberto Ling Altamirano escribió: “El Partido Acción Nacional (PAN), en su plataforma legislativa federal de 1979, contempló, entre muchos aspectos, el Derecho a la Vida. Durante esos preparativos, el trabajo de la comisión redactora de la propuesta abordó múltiples capítulos que hoy son temas comunes, pero que hace una veintena de años no lo eran. Se discutió el tráfico de órganos humanos, el robo de menores de edad y que eventualmente pudieran ser utilizados como bancos de órganos conformando un crimen deleznable; también se tomó en cuenta la posibilidad –remota entonces– de la donación humana y sus implicaciones jurídicas y políticas; el vacío legal con respecto a la fecundación in vitro, y las madres en alquiler. Tres años más tarde, el PAN denunciaba, por medio de sus diputados federales de la LII Legislatura, las posibles consecuencias sanitarias de la entonces incipiente epidemia del VIH”.
Acerca del término “bioética”, Alberto Ling señalaba que “tiene que ver con la ética relativa a la aplicación de las ciencias biológicas al ser humano”. Después de pasar revista a temas de actualidad como la eutanasia, el aborto, la anticoncepción, la concepción in vitro, la reproducción asistida, la donación de embriones, la experimentación en fetos y la manipulación genética, Alberto Ling concluía que: “Creemos, como muchos otros, que el progreso humano de las ciencias biológicas y de la medicina solamente es posible sobre la base de los principios de libertad, de voluntariedad, de conocimiento, de la accesibilidad para todos los seres humanos y de la intangibilidad de la dignidad del hombre y el derecho inalienable a la vida desde el mismo momento de la concepción”.
En lo relativo al tema del aborto, la postura del PAN es inflexible, porque no se trata de un tema teológico sino de una cuestión fundamental de derechos, ya que el Estado no puede arrogarse la facultad de decidir sobre la muerte de las personas, tampoco lo puede hacer sobre quién ha de vivir y quién no; en caso contrario, estamos ante alguna versión del totalitarismo en el que el Estado mismo pone las leyes y las instituciones al servicio de quienes deciden que hay seres indeseables o prescindibles y, por ende, se les puede asesinar, con la agravante de que quien va a ser asesinado está en proceso de gestación y no tiene defensa alguna: es la sentencia de muerte de un ser inocente. Decía Ling Altamirano: “Un aborto es un atentado contra la dignidad de todos los hombres. Dos abortos, el Apocalipsis”.
Respecto a este tema, Carlos Castillo Peraza sostenía que: “el niño no nacido ya está en relación con la sociedad y... los seres humanos que se consideran a sí mismos socializados, no pueden erigirse sin atentar contra los principios más elementales del derecho y constituirse en tribunal arbitrario, en creadores de sujetos de derecho, por lo que esto significaría un grave daño al mínimo consenso general, que es el fundamento de la libertad y la justicia en su acepción democrática, es decir, el derecho a la vida de todos y de cada uno de miembros de la colectividad, en los términos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
De manera similar a como se defienden los huevos de tortuga o los embriones de otras especies, se debe defender la vida humana desde el momento de la concepción, que es cuando comienza a formarse un nuevo ser. Carlos Castillo Peraza fue quien propuso la analogía con los huevos de tortuga de manera espléndida: “¿Han visto cuántos defensores tienen los huevos de tortuga en el mundo? ¿Alguien discute que de un huevo de tortuga va a salir una tortuga? Nadie piensa que de un huevo de tortuga va a salir un rinoceronte. Nadie. Del huevo de tortuga salen tortugas: tortuguitas. Y está la Sony, la Exxon, la General Motors, la Armada de México y los Boys Scouts en las playas cuidando que a los huevitos de tortuga no les vaya a pasar nada porque se acaban las tortuguitas. Sin embargo, ¡qué debate tan violento sobre si los huevitos humanos van a dar hombrecitos! ¿O no? ¡Qué curioso! La ecología sí, mientras se trate de las tortugas. ¿Y por qué no la extendemos a los huevos humanos?”.
En la Proyección de Principios de Doctrina 2002 se afirma la naturaleza individual de la persona humana y su constitución a la vez corporal y espiritual. Este postulado es esencial para comprender la dignidad humana y el respeto que se le debe. El respeto a la dignidad de la persona significa cierta veneración y atención, tal como lo expresa la palabra latina respectus, que significa consideración o reflexión, y que a la vez se relaciona con los dictados del alma o del corazón (pectus).
La persona es objeto de veneración porque en sí misma encierra el misterio de su eminente dignidad; esto es, de un valor sobresaliente por el que la persona destaca por encima de todo: la persona humana es un ser extraordinario, cuya sola existencia maravilla y causa admiración. La dignidad es cierta excelencia que la persona tiene por su valor intrínseco y que se vincula con un destino que la lleva a trascender la naturaleza meramente material, para ubicarse en el mundo espiritual. La persona humana es un ser prodigioso, ya que participa de una doble naturaleza: tiene un cuerpo material, que siente y padece, y un alma espiritual que aspira siempre a lo más alto y noble. Gracias a su cuerpo, la persona entra en contacto e interactúa con la realidad material, y gracias a sus facultades espirituales es capaz de conocer la verdad y de aspirar al bien.
La dignidad se fundamenta en el valor que la persona humana tiene, ya que es el único ser del mundo material que tiene valor. Todas las otras realidades materiales valen en la medida en que se relacionan con las personas, porque el valor es siempre cierto bien que es percibido por un sujeto con entendimiento y voluntad; así, el entendimiento capta una realidad que es valiosa para el sujeto y la voluntad tiende a esa realidad valiosa. De ahí que las cosas tengan precio y no tengan valor, ya que el valor es siempre una estimación que las personas le asignan a algo; por el contrario, la persona humana es un ser que tiene valor, pero no tiene precio.
Además, la dignidad de la persona humana es como una especie de carta de nacimiento. Esta dignidad de nacimiento se llama ontológica, ya que es la dignidad que se da en cada uno por el mero hecho de existir; esta dignidad es común al pobre y al rico, al niño y al anciano, al sano y al enfermo, a la persona con alguna discapacidad y a quien tiene capacidades plenas.
Así, la vida es un derecho que conlleva que cada persona sea respetada de forma total, sin límites. El derecho a la vida es el primer y fundamental derecho, si no se garantiza y hace efectivo, todos los demás derechos dejan de tener sentido. De forma similar a como el Estado no debe tener dominio de las conciencias, tampoco debe decidir quién puede nacer y quién debe morir. La decisión sobre la vida y la muerte no debe estar en manos de las autoridades, porque en ese caso, estamos ante el peor de los regímenes: el totalitarismo.