Hay que darle un giro a la política

Noviembre 2020

Javier Brown César

La Nación

Hay que darle un giro a la política, hoy tan denostada por obra de quienes desde el poder se han dedicado a generalizar la corrupción, le han dado la espalda a las personas y han apostado por promover dinastías gubernamentales cuyo único afán y apetito es disfrutar de las mieles del poder, sin tener que padecer la hiel de malas decisiones y la decepción cotidiana que nace de la improvisación, la ocurrencia y el capricho.

Para muchas personas la política representa hoy una actividad vil y despreciable que no es propia de gente honesta, quienes se dedican a ella son, a decir de muchos, una clase rapaz, con un desmedido apetito por el enriquecimiento personal a costa del empobrecimiento de la vida pública, y contra el hambre de justicia y alimentos de millones de personas.

La indolencia, la falta de reconocimiento de las minorías y el desprecio a las necesidades y aspiraciones de las personas se han convertido en una fuente de temor constante. Pocas veces la política ha sido causa principal de tanto miedo: las personas ven con incertidumbre el futuro, y carecen de asideros y certezas que les lleven a recuperar la confianza perdida en las capacidades y buena voluntad de sus gobernantes.

Hay además una cada vez mayor desvinculación entre la capacidad política de generar decisiones que vinculen colectivamente y el poder para llevarlas a la práctica de forma eficiente y eficaz. Grandes corporaciones y capitales anónimos que nadie ha elegido como parte del juego democrático, imponen sus decisiones sin posibilidad de apelación y sin recursos defensivos posibles, principalmente para los sectores más vulnerables.

La corrupción es sólo un lado de la moneda de la impotencia e incapacidad de ciertas clases gobernantes, la otra es el apetito desmedido por gozar de un poder que se concentra y ejerce de forma vertical, autoritaria, incuestionada e impositiva. El famoso libro de Daron Acemoglu y James A. Robinson, ¿Por qué fracasan los países?, nos impone una reflexión profunda sobre la inviabilidad de administraciones públicas que basan su solvencia en la extracción de rentas, ofreciendo a cambio resultados magros, justificaciones elaboradas y control propagandístico de los medios de difusión.

La lógica extractiva bajo la cual sólo se busca un beneficio en cada momento y que convierte a cada persona en cliente y elector lleva a sociedades caracterizadas por la falta de solidaridad. El resultado es la pobreza generalizada y el enriquecimiento sin límite de minorías rapaces que consolidan su poder sobre el hambre, la sed y las lágrimas de mayorías que ven con impotencia como se da una larga ronda de generaciones que no logran escalar los peldaños de la prosperidad y la riqueza.

En un libro posterior de Acemoglu y Robinson titulado El pasillo estrecho se complementa las tesis de por qué hay naciones que prosperan y naciones que se estancan, no sólo en términos de crecimiento económico, sino principalmente humano y de capital social. Ante la fórmula poco afortunada que propone disminuir al mínimo los Estados, se requiere de Estados fuertes que sean capaces de domesticar las intemperancias de la globalización y generar políticas fiscales progresivas, y programas sociales focalizados para generar cada vez mayores condiciones de equidad. La falta de movilidad social es uno de los síntomas visibles de una sociedad enferma y débil, en la que la política es un mal para unos muchos y una fuente inagotable de beneficios para otros pocos, demasiado pocos.

Hay que poner de rodillas a la política ante el prodigio y la dignidad de cada persona humana. La lógica del poder se debe invertir para llevar a una nueva dinámica en la que la entrega incondicional a la ciudadanía debe ser el imperativo categórico del gobierno. El servicio público debe ser, para cada persona que trabaje en él, una especie de hipoteca, una espada de Damocles que pende sobre cada uno obligándole a entregar su vida, su talento, su energía y sus capacidades para engrandecer a los demás.

Acción Nacional reivindicó, desde su fundación, la alta dignidad de la actividad política, su naturaleza superior y espiritual, lo que es complementado con la necesidad de contar con gobiernos profesionales, con capacidades técnicas y operativas, con una ética pública vigorosa y una capacidad de entrega prodigiosa. Limpiar la vida pública ha sido una de las grandes causas del PAN, para hacer de la política una actividad digna, noble y superior, cuyo alto espíritu corresponda a las exigencias de la dignidad humana. Los caminos y puentes, los parques y jardines, los espacios públicos, las escuelas y hospitales gubernamentales no son solamente obras materiales, en sus orígenes están motivados por altos ímpetus espirituales: son los acuerdos y las decisiones los que están en la base de toda obra material, y es la democracia el régimen que garantiza que unos y otras tengan como base un consenso social mínimo y una clara y cierta ordenación al bien común.

Hoy más que nunca son necesarias una nueva sensibilidad y una nueva inteligencia política. Es indispensable una cada vez mayor empatía hacia las personas y una gran capacidad para hacer frente al dolor y hacerse cargo de los anhelos y aspiraciones personales. La solidaridad es hoy un imperativo de todo gobierno, que debe basar su actuar en una política de reconocimiento que le dé a cada minoría el papel que le corresponde dentro del concierto social; no más monólogos de privilegiados, urgen sinfonías de inclusión y vida lograda.

Se necesita gran inteligencia para determinar prioridades, cambiar planes y gobernar generando cada vez mayor confianza. Hoy, los gobiernos están obligados a desterrar el miedo como la mejor forma de hacer frente a la crisis de credibilidad que los aqueja. Una sociedad que le tiene miedo al futuro y más miedo aún a sus gobernantes es presa fácil de demagogos y oportunistas, quienes ofrecen soluciones fáciles de entender pero imposibles de llevar a la práctica.

Para darle un giro a la política debemos cambiar nuestra perspectiva y nuestras ideas sobre esta noble y alta actividad, debemos someterla a la ética y al bien común, arrodillarla ante las personas y sus necesidades y obligarla a ser sensible, cordial, cercana, sincera, profesional, abierta. Parafraseando a Efraín González Luna diríamos: debemos evitar que las experiencias electorales terminen en bancarrotas fraudulentas, cada vez más cínicas.