Impactante historia en línea recta
Marzo 2024
Andrés Castro Cid
El viento conoce mi nombre, obra literaria de la escritora chilena Isabel Allende -2 de agosto de 1942-, es una especie de viaje en línea recta a diferentes velocidades que nos muestra una diversidad de paisajes y vivencias en las que Isabel Allende apuesta a marcar de manera profunda las emociones y la imaginación del lector casi de manera permanente. Asigna esta responsabilidad a dos personajes principales: Samuel Adler y Anita Díaz.
Isabel Allende, quien forma parte de la Academia Estadunidense de las Artes y las Letras, y que fue distinguida con el Premio Nacional de Literatura de Chile en el 2010, con una narrativa muy cuidada en la que incluye la crítica social y un toque muy sutil de cátedra sobre historia, atrapa a los lectores desde el inicio, con el capítulo la Noche de los Cristales Rotos, con hechos de violencia, quizá lúdica, y con una carga de ideología supremacista; todo ello en Austria en los albores de la Segunda Guerra Mundial, en donde la familia Adler, a la que pertenece un pequeño de nombre Samuel, lo pierde todo.
La escritora chilena pareciera que nos coloca de pie frente a una ventana del departamento de los Adler, para ser testigos de cómo “de pronto algo se estrelló contra la ventana y el vidrio cayó al suelo en mil pedazos, el primer impulso (de Rachel Adler) fue calcular cuán costoso iba a ser reponer esa ventana curva de cristal biselado. De inmediato un segundo peñasco rompió otro vidrio y la cortina se desprendió del riel y quedó colgando de una esquina. Por la ventana destrozada se vislumbró un fragmento de cielo anaranjado y llegó una bocanada de olor a humo y a chamusquina”.
Después, en este primer pasaje, Isabel Allende crea y presenta un panorama de abandono, desesperanza y soledad del joven Samuel Adler, quien, en una acción desesperada de su madre por salvarlo de la terrible cacería de los nazis, le consigue una plaza en un tren que lo llevará desde la Austria nazi hacia Inglaterra, es aquí donde la incertidumbre se vuelve el compañero del niño Samuel en su desterrada y caótica vida.
Con gran ingenio, Isabel Allende invita al lector a ser empáticos con la dura decisión que en su momento tomó Rachel Adler para separarse de Samuel, acosados por los nazis. “Me está pidiendo que mande a mi hijo solo a otro país”, reclama Rachel, a lo que le argumentan sus consejeros: “se trata de una solución temporal. Es la única forma de proteger a Samuel. Debe darse prisa en decidir, el transporte se llevará a cabo dentro de pocos días”.
El viento conoce mi nombre también pareciera ser un edificio con diversos departamentos y puertas donde suceden historias distintas que al final convergen en una sola.
Todos estos capítulos o departamentos contienen soledad, un poco de rebeldía, incertidumbre, magia, amor, obsesión, desilusión, compasión, enmarcados con esa cátedra de historia y un poco de redención, con un necesario e infortunado desarraigo, rematado con una muy sutil enseñanza para vivir con fortaleza y tenacidad para no perder la esperanza en los momentos de mayor obscuridad en la agitada vida, en ocasiones mundana.
Capítulos como El violinista, Samuel, Anita, Selena, por ejemplo, dan una estocada a los sentimientos del lector, como esa cacería de los nazis para con los judíos, acciones que sembraron violencia, destrucción y muerte; familias separadas, cuyos miembros sobrevivieron gracias a un obligado éxodo hacia donde fuera, si es que tenían suerte, porque en su mayoría fueron llevados a los campos de concentración.
El hilo narrativo, que nunca se pierde, lleva de capítulo en capítulo a una estremecedora historia de estos dos jóvenes, Samuel y Anita, que tienen en común una niñez traumatizada, cuyo epicentro se esconde en el sacrificio que tuvieron que hacer sus padres para proteger sus vidas con la esperanza de que pudieran alcanzar un mejor futuro solos.
Diferentes historias que se juntan, quizá apelando a ese amor, a la esperanza que sólo tienen los padres de que, en medio de la desolación, la violencia, la soledad y la falta de arraigo a su país como consecuencia del desorden político-social, ven una ilusión escondida, un espejismo donde en apariencia no existe un espacio para ello.
Es necesario apuntar que, como opina también el gran Ernesto Sábato, en algunos casos, si no es que muchos, los grandes escritores de forma consciente o inconsciente dejan pinceladas de sus vidas en sus grandes obras, como en este caso, ya que Isabel Allende se exilió primero en Venezuela en 1987 y posteriormente se mudó a California. Ella siempre se definió como una eterna extranjera y en esta obra, sus personajes, también viven en el exilio.