AMLO y Cuba

Febrero 2023

Fernando Rodríguez Doval

La Nación

La reciente condecoración de la orden del Águila Azteca al dictador cubano Miguel Díaz-Canel no solamente supone un acto verdaderamente esperpéntico, sino que muestra claramente cuáles son los ejemplos a seguir del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador.

En cierta izquierda mexicana, hoy minoritaria, subsiste la creencia romántica de que Cuba es un David que se ha enfrentado a Goliat (Estados Unidos) en la lucha por su soberanía e independencia. Que la revolución cubana devolvió la dignidad a los cubanos e implantó un sistema igualitario y solidario que es un ejemplo para el mundo.

La realidad, sin embargo, dista mucho de esa falsa narrativa. En Cuba no hay democracia ni elecciones libres. No se permiten partidos políticos distintos al gubernamental Partido Comunista. Más de mil personas están encarceladas por sus ideas políticas y los medios de comunicación no son libres. Está prohibido asociarse con fines políticos. Hay decenas de miles de exiliados. En consecuencia, los derechos humanos son violados sistemáticamente. ¿Quién, en un serio ejercicio de honestidad intelectual, puede respaldar un régimen así? ¿Quién, en su sano juicio, puede pensar que Cuba es un referente de algo?

Cuba no es solamente una dictadura atroz, sino que además tiene unas condiciones sociales paupérrimas. No es ese estado idílico donde no existe la pobreza ni la desnutrición ni la insalubridad, como insisten sus propagandistas. Por el contrario, la miseria es la regla y la juventud no tiene expectativas de futuro, salvo el exilio. La falta de transparencia en la información pública no logra disimular la enorme precariedad y carestía, que no es fruto de ningún embargo o bloqueo exterior, sino del fracaso de su sistema económico socialista.

Por eso parece verdaderamente una broma de mal gusto que la máxima condecoración que otorga el Estado mexicano a una personalidad extranjera recaiga en quien es actualmente el responsable de la patética situación cubana.

Es asombrosa la fascinación que Andrés Manuel López Obrador siente por los políticos del comunismo más rancio. Innumerables veces ha alabado a Fidel Castro, así como al gran responsable de la polarización política chilena, Salvador Allende; polarización, por cierto, que subsiste hasta nuestros días y que, en su momento, propició una dictadura militar. También llama la atención el silencio cómplice del gobierno mexicano frente a la tiranía nicaragüense o la venezolana. Y qué decir de la defensa numantina, violando abiertamente el principio de no intervención, que López Obrador ha hecho del aspirante a dictador peruano, hoy encarcelado, Pedro Castillo.

También en lo que respecta a la relación con Cuba, AMLO es un restaurador y alguien que añora el viejo régimen.

En el antiguo sistema posrevolucionario, Cuba era vista como una gran aliada de México, ya que ambos regímenes habían tenido sus orígenes en una revolución social. México apoyaba a Cuba en los organismos internacionales y ésta, a cambio, no enviaba grupos terroristas a nuestro país. Esto cambió tras la alternancia: los gobiernos de Fox, de Calderón y hasta de Peña entendieron que no podían seguir siendo los amigos incondicionales de un régimen político impresentable.

También eso ha destruido López Obrador. Ahora hemos regresado a la más arcaica política exterior: una que dice defender la no intervención pero que, en los hechos, se alía con las dictaduras más atroces.

 

Fernando Rodríguez Doval es Secretario de Estudios y Análisis Estratégico del CEN del PAN.

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