Igualdad y democracia: el llamado de Ferrajoli

Marzo 2021

Carlos Castillo

La Nación

La democracia demuestra de manera constante su capacidad de responder a los retos que surgen de sociedades cada vez más diversas y plurales.

El asalto de las huestes trumpistas al capitolio norteamericano, la irrupción y normalización de los populismos, las demandas separatistas e incluso el radicalismo dogmático que empaña la política de nuestros días han sido enfrentados, resueltos o salvados a través de un régimen que, a partir de la defensa y protección de la libertad, busca ordenar la vida común, legitimar las decisiones de la mayoría y garantizar los derechos de las personas.

Así, el sistema político que ofrece la democracia se ha consolidado como aquel que permite convivir en el seno de una sociedad de ideas, credos, valores y opiniones diferentes, incluso aquellas que intentan atacar a la propia democracia y llevarla a un modelo más centralista, autoritario y vertical.

Constituciones y tratados internacionales, marcos legales y normatividad, instituciones del Estado y sociedad civil, toda una arquitectura a nivel mundial ha sido erigida y apuntala de este modo un engranaje en el que la terna democracia, mercado y derechos humanos construyen un equilibrio frágil, complejo pero firme en su andamiaje jurídico.

Para Luigi Ferrajoli esta serie de instrumentos y el modo en que benefician la vida de las personas constituyen un logro y un avance de la civilización, si bien no exento de riesgos y transformaciones, sí suficiente para asumir unos estándares mínimos que aseguren la convivencia y el gobierno comunes.

No obstante, esta promesa cumplida de la democracia se enfrenta hoy con desafíos que tienen que ver con esa pluralidad y esa diversidad que distinguen a las sociedades de nuestro tiempo; y donde se habla de diversidad, se habla de desigualdades, de asimetrías, de visibilizar las injusticias que poco a poco se manifiestan en la arena pública, de atender aquellas que ni siquiera alcanzan a expresarse en ese espacio, ágora, donde los asuntos de la ciudadanía pasan de lo privado a lo público.

En su Manifiesto por la igualdad (Trotta, 2019), el jurista y filósofo del derecho llama a asumir que esa democracia que ha sido capaz de tanto, hoy debe comenzar a regirse bajo la idea de que su deber de cara a nuestro tiempo es, precisamente, atender esas desigualdades que son, afirma, las que están en el fondo de la inconformidad de las sociedades con la democracia en prácticamente todos los países del mundo.

Que si bien los estados han garantizado a ciudadanas y ciudadanos derechos amparados en el principio de igualdad, este se encuentra lejos de cumplirse en la práctica, tanto en lo relativo al bienestar material como en las diversas y siempre dolorosas e indignantes situaciones que padecen diversos grupos sociales.

No se trata de un llamado a igualar en el sentido económico. Se trata, sí, de entender que las enormes brechas de desigualdad llevan a que la marginación y la desesperanza convivan a diario con la opulencia y el derroche, y que eso daña poco a poco a una comunidad.

Se trata, también, de reaccionar frente a esas múltiples formas de violencia naturalizada que padecen las mujeres, denunciadas desde hace siglos por los movimientos feministas que han sido, en los últimos años, los que más avances han obtenido en la vía de igualación de derechos, pero también quienes hoy padecen una de las resistencias más complejas: la cultural.

Esa suma de desigualdades atentan contra el espíritu de libertad e igualdad que funda las democracias, y tiene que ver con una diversidad que se reconoce y se identifica, se organiza y se manifiesta, participa de la vida pública y exige a la democracia nuevos paradigmas que respondan a las necesidades de nuestro tiempo.

Ferrajoli traza una hoja de ruta que propone la igualdad como arquetipo de renovación democrática, para que la democracia, así como ha hecho frente a enormes desafíos, haga frente también a la marginalidad: una vuelta a su propia esencia que permita interrogar a la tradición desde las realidades más dolorosas, más indignantes y más urgentes de este siglo XXI.

 

Carlos Castillo es Director de la revista Bien Común.

Twitter: @altanerias