Ensayo sobre la madurez política

Octubre 2023

Javier Brown César

La Nación

La madurez política es un estado del espíritu en el que se logra el casi total desasimiento del yo. El ámbito del yo se vuelve cada vez más reducido para dar paso al ámbito del encuentro a la construcción del nosotros. Esta ampliación del espacio del nosotros conlleva una praxis política en la que se superan los proyectos individuales, la ética convencional y los afanes e imperativos de un ego incapaz de salir de sí mismo.

Es propio de la etapa de inmadurez política la orientación hacia el régimen con base en ideas míticas, mágicas y salvíficas. El pensamiento que ansía la verdad y que busca las razones y las causas duerme ante una conciencia cuya lógica es la de los logros de corto plazo, los éxitos inmediatos y las conquistas fáciles. El yo se encuentra plenamente orientado a la satisfacción de sus deseos y a la consideración de los otros como potenciales enemigos. De esta forma, la apertura de la persona, el interés por los demás y la entrega desinteresada ceden su lugar a la cerrazón muchas veces ideológica, al interés meramente egoísta y a la búsqueda permanente de diversos tipos de satisfactores individuales.

Con la llegada de la madurez, el yo concede su lugar al nosotros, el ámbito limitado del individuo se abre a la esfera de los otros en un auténtico y genuino interés que permite construir aquello que solidifica la relación: la importancia que se concede a las otras personas y la renuncia a apetitos, afanes e ideales del yo. Al madurar, la lógica de la vida se invierte, en lugar de considerar que el proyecto personal se basa en la felicidad individual, se finca la realización del yo en el logro de la felicidad de los demás. La prioridad que se da a las otras personas es lo que define el umbral de la madurez política y da pie a la política entendida como entrega incondicional, servicio desinteresado y donación ilimitada.

Quien no ha madurado dice yo, busca que todo se refiera al sí mismo, centra la realización de la vida en la satisfacción de apetitos personales e inmediatos. Quien madura sabe esperar y sabe renunciar; quien no ha madurado se desespera y se impacienta. El proceso de desasimiento del yo va a la par del desarrollo de la conciencia moral: de la etapa inicial en la que se considera justo aquello que conviene al sujeto individual, se transita a las ideas de justicia fincadas en el grupo limitado o la comunidad, para llegar a abrazar imperativos éticos universales, válidos idealmente para todo ser racional.

Uno de los factores críticos de la evolución de la cultura cívica es el logro de la madurez política. El paradigma de la cultura cívica se construyó en la década de los sesenta, por parte de Gabriel Almond y Sidney Verba. Estos autores postularon que, en la llamada cultura de súbdito, la ciudadanía se relaciona con el régimen de forma pasiva, de aquiescencia sin crítica y sin reflexión. En la cultura del participante, por otro lado, se da una clara orientación hacia los logros, las decisiones, los retos y las demandas que son procesadas por los sistemas políticos.

Signos inequívocos del tránsito hacia una cultura propia de una democracia es la preocupación que las personas muestran por lo que sucede fuera del restringido ámbito del hogar, la capacidad cada vez mayor de organizarse para resolver problemas comunitarios, la orientación clara hacia los resultados del gobierno y la capacidad y el interés para informarse sobre lo que el gobierno está haciendo. Estos diversos componentes se concretan en una agenda que ilumina la vida pública, la vuelve máximamente visible, clara, transparente y asequible.

Hace décadas, Manuel Gómez Morin escribía en esta revista: “Hay ya una conciencia ciudadana; hay una voluntad resuelta de participación en la vida pública; hay, inclusive, –a pesar de toda la acción contraria del Gobierno y sus agencias, a pesar de una continua conspiración de silencio, a pesar de la deserción de muchos que debieran ser autoridades sociales, a pesar de una campaña continua de desorientación, de negación, de calumnia– una manifiesta posibilidad de organización cívica que sería ya suficiente para asegurar la eficacia de un sistema electoral y que muy pronto, removidos los obstáculos que hoy existen, alcanzaría madurez plena y seria substancia magnifica de una vida pública iluminada”.

La madurez política y la esperanza son aliadas y amigas. Pero no la esperanza ilegítima, la de aquellos grupos subordinados a tiranos momentáneos, que todo lo esperan de ellos, bajo una inflexible lógica caudillista; sino la esperanza que se basa en la capacidad individual para construir sueños personales y en la confianza fundada de que el futuro deseable es posible como proyecto de nación. Ninguna propaganda ni coacción gubernamentales son capaces de aniquilar la esperanza, cuando es genuina. Otra vez citemos al fundador de Acción Nacional: “Además de la reconocida capacidad de esperanza, además de la sobriedad increíble, hay en México ya una madurez realista que sabe los límites de la posibilidad y los acepta; pero que no aceptará ya la continuación en el error o en el abuso, aunque la aplasten con propaganda o transitoriamente la inhiban con la fuerza”.

La inmadurez es aliada de la improvisación, de la ocurrencia, de la falta de planificación, de la incapacidad para aceptar el error y corregirlo de forma decidida y consecuente. Detrás de estas graves carencias encontramos la falta fundamental de un auténtico proyecto, porque todo proyecto, cuando es político, se refiere siempre al nosotros, a la consolidación de la unidad y no a la dinámica de la división y la confrontación. Las leyes, como bien lo vio nuestro fundador, son un semillero de inmadurez y caprichos: “la muestra de improvisación y de desorden que se dio con este torrente de leyes, no sólo aprobadas, sin juicio, por el Congreso, sino presentadas en masa a éste durante los últimos días del periodo y seguramente preparadas con la misma precipitación por las distintas dependencias del Gobierno, acusando todo ello inmadurez y carencia de unidad programática”.

Para lograr la madurez política no existen atajos ni recetas. El camino es arduo, difícil y costoso, pero es el único que vale la pena. En este desasimiento del yo, la persona sigue, de forma inflexible, la lógica del salmón: nada contra la corriente porque sabe que la meta es ardua, pero que el camino, difícil y tortuoso, nos reserva al final la gratificación inusual de dar la vida por los demás.

 

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