Migración y desarrollo

Febrero 2021

Julio Faesler Carlisle

La Nación

La historia relata las migraciones que a lo largo de los siglos fragmentaron imperios y abrieron nuevos porvenires. Esos movimientos masivos de seres humanos que cruzaron continentes enteros, unos en ambición de conquista como al caer el imperio romano, otros, por la urgencia de escapar, sin mirar atrás, de condiciones intolerables de vida, dejaron huellas dramáticas.

La migración es para México tema conocido. Intentar contenerla es inútil, hay que ofrecer solución a su motivación. Pero en un caso concreto, su ausencia nos resultó fatal.

En efecto, a principios de nuestra vida nacional no contar con una migración ordenada nos condenó a perder más de la mitad del territorio que la Nueva España nos heredó. En aquel momento los urgentes llamados de las autoridades a poblar los millones de kilómetros de espacios que nos heredó la Nueva España quedaron inauditos. En 1848 las praderas y serranías escasamente pobladas por tribus orgullosas quedaron a la merced de ávidos invasores y colonizadores que las ocuparon con brutalidad.

Años después, en dirección contraria, miles de mexicanos fueron a esas mismas tierras, ahora como “braceros”, conforme a un programa binacional, a suplir trabajadores norteamericanos reclutados por la II Guerra Mundial. Bien pronto empezaría otra migración, la interna, compuesta por los campesinos que desterrados por las reformas agrarias y que marcharon al norte buscando oportunidades de trabajo que la incipiente industrialización no creaba.

El vigoroso crecimiento demográfico desatendido era una explicación de la raíz de la migración. De cumplirse la industrialización prevista en los planes de desarrollo se habrían ido creando los puestos que absorbieran la mano de obra rural que algunos funcionarios calificaban de “redundantes”.

Al avanzar el siglo, el problema migratorio mexicano se repitió en muchos países por razones económicas o por persecución religiosa, política o simplemente racial, esparciendo tragedias tanto en mares como en desiertos. En Centroamérica la intensa recesión remachó desigualdades respondidas con represión. Hasta la fecha zarpan de esos países hermanos caravanas de migrantes resueltos a alcanzar las fantasías de superación norteamericana.

Temiendo una invasión de migrantes y refugiados, el presidente Trump exigió a López Obrador impedir el paso a Estados Unidos de la temible torrente humana. Obsecuente, y sin matices, nuestra Guardia Nacional bloqueó el avance de los centroamericanos por nuestro territorio. La patrulla norteamericana dividió las familias de los que pasaban la frontera, separando niños en jaulas mientras sus papás tramitaban su entrada al país. En México miles de migrantes esperan, al borde fronterizo, el relajamiento de los requisitos de admisión.

Las cosas han dado un cambio diametral con la entrada de Joe Biden al gobierno de Estados Unidos. No se oye el discurso cargado de odio contra inmigrantes ni se aplica la política de Donald Trump de dividir las familias durante trámites. Su obsesión por alargar el existente muro contrariaba la realidad de millones de inmigrantes que han entrado legalmente con visas de turista de corta vigencia. En Washington se habla de complementar con tecnologías e infraestructuras nuevas la vigilancia en fronteras para detener el narcotráfico.

A pocas semanas de inaugurado, el presidente Biden ya anuncia su programa legislativo, pragmático y claro. Si el salario de 15 dólares no es dable en el Congreso, tajantemente dividido, como tampoco lo son los mil 900 millones de millones de dólares que propone como estímulo económico general, Biden confía en negociar lo más posible para enfrentar la crisis de la pandemia.

En materia migratoria no se obtuvo el acuerdo entre los empresarios y los líderes de La Raza que Bush y Obama habían intentado. La derecha se había opuesto a cualquiera “amnistía” y la izquierda no aceptó reforzar medidas de protección fronteriza.

Biden ofrece vías para por fin nacionalizar a los que entraron al país como menores de edad de la mano de sus papás indocumentados. Prevé iguales facilidades para más de un millón de trabajadores rurales sin papeles.

Aceptando la nueva actitud oficial norteamericana una terca realidad persiste: 16.5 por ciento de la población de Estado Unidos es de origen latino y la mayoría es mexicana. El número de mexicanos que nuestro vecino admite recibir hace que estemos atentos a sus políticas de naturalización o nacionalización.

Es bueno tomar nota de que no se aumentará el muro que hace tiempo serpentea en la mitad de la línea fronteriza, pero seguiremos ateniéndonos a las decisiones del socio T-MEC para conocer cuanta mano de obra y en qué condiciones podemos remitirle. Las políticas más benévolas hacia los latinos que quieran trabajar en ese país son sólo un alivio provisional.

Incluso una apertura sin restricciones de la frontera, que dudosamente Biden llegara a decretar, no resolvería el hondo desequilibrio de dimensiones económicas que nos separa. Desarrollar nuestra capacidad de empleo y producción, particularmente en el sector manufacturero, es la vía que urge hacia el rescate de nuestro país en el azaroso futuro que nos espera.

Pero en 2021 los datos no conducen a tan evidente solución. Es claro que el presidente López Obrador sostiene que al país le bastan sus numerosos programas sociales, que sólo apoyan la economía personal o la familiar. Sus tres improvisados proyectos maestros completan su instrumental para sacar a México de su profundo desmayo actual.

La urgencia de apoyar a la industria y particularmente a las PYMES es el camino en que el PAN ha de insistir en las próximas campañas electorales para gobernadores, diputados y funcionarios locales. Es indispensable que los candidatos panistas generen un sólido y valiente interés ciudadano en que se emprenda esa receta de recuperación.

La mayoría adecuada del PAN en la próxima Cámara de Diputados es donde daremos la batalla para detener el avance del inútil y dispendioso programa de la 4T, cuyo futuro López Obrador encomienda a MORENA como ariete de su ya fracasada estrategia socioeconómica.

Las propuestas del PAN, las de la Economía Social de Mercado, aterrizarse en las necesidades humanas más básicas, resolver carencias cotidianas y ser de práctica aplicación. Muchas han sido presentadas y el que hayan sido desestimadas es prueba de lo indispensable que es renovar la Cámara de Diputados con imaginación moderna y ágil vigor.

Si no llegamos pronto a aumentar nuestra producción y realizar todo el potencial que encierran nuestros recursos y la privilegiada ubicación que tenemos, México no saldrá nunca de la oscuridad económica en que se encuentra por razones de negligencias pasadas y corrupciones enraizadas. Tampoco de la emigración que ha sido una penosa constante de nuestra historia.