La urgencia de la Doctrina humanista

Junio 2024

Javier Brown César

La Nación

Cuando se proyectaron los Principios de doctrina de 2002 supimos con claridad meridiana que la persona era el pilar de los pilares, la roca inamovible del edificio doctrinal. Hoy, hemos llegado a un momento crucial de nuestra historia, como afirmó Carlos Castillo Peraza: “Es tiempo, por los cambios que ha habido en México y en el partido… de que Acción Nacional inicie la tarea modesta, pero osada, de ver hacia adelante y darle la tradición del mañana a los que vendrán. Tenemos que tener tradición para la segunda vez que perdamos la elección presidencial, después de haberla ganado un par de veces. Tenemos que tener tradición para el 2050; tenemos que ver hacia allá, hacia donde no podían ver los que nos fundaron porque no era planteable la victoria. Si no, no habrá humanismo. Habrá bytes. Memoria de computadora estática.

Hoy en día persisten las amenazas contra la persona humana propias de un mundo convulsionado y violento, inmerso en guerras aparentemente interminables, en las que poderosas fuerzas transnacionales como el terrorismo, el narcotráfico y la delincuencia organizada ponen en jaque a naciones enteras. Un mundo en el que día a día mueren millones de personas por causa del hambre, la miseria, la violencia y la opresión.

La pesadilla de vivir en medio de la barbarie, la basura, la humillación y la amenaza constante de una guerra mundial no ha terminado para millones de personas. La acumulación de riqueza en manos de unos pocos a costa de la pobreza de millones e incluso de billones de personas es una realidad que lacera el recto orden moral y vulnera nuestro sentido de humanidad. A pesar de todos los esfuerzos que se han realizado en aras de la paz, a veces a causa de la vida de millones de personas, no hemos logrado salir de la violencia consuetudinaria que padecemos en las calles, en los hogares y en las naciones.

Día a día millones de personas padecen enfermedades que se podrían curar, los sistemas de salud son costosos e inaccesibles, la educación reproduce esquemas de dominación y sometimiento, los mercados están guiados por el imperativo del lucro a como dé lugar, la economía le da la espalda al bienestar humano y en su lugar proclama que la libertad se basa en la capacidad de consumir. Al lado de unos pocos ricos coexisten barrios plagados de pobres, favelas, comunidades marginadas en las que no hay ley ni razón que valga. Seguimos devastando al planeta bajo el imperio de un consumismo irracional y desmesurado, con consecuencias devastadoras para el futuro de las generaciones que han de continuar su existencia en este planeta que hemos convertido en un valle de lágrimas.

Afuera de los hospitales mueren personas que no pueden pagar la atención médica o que, confiando en los servicios estatales, esperan ser atendidos. Nuestras cárceles están repletas de inocentes que no pudieron pagar para que se les hiciera justicia, en las calles pululan quienes han sido excluidos del bienestar y el desarrollo, y también quienes han encontrado en el alcohol y las drogas la única vía de escape a la inminencia de un futuro miserable. ¿Qué les podemos decir a estos millones de seres humanos que viven la tensión entre un modelo de desarrollo que basa su lógica en el consumismo y el afán de posesiones, y comunidades que tratan de fincar su futuro en religiones e ideologías que proponen estilos de vida alternativos? ¿Qué le podemos decir al indigente que no tiene que comer, al niño que nació deforme, a la madre que perdió a su pareja por causa de la violencia, a los padres cuyos hijos viven en otro país, al anciano que siempre creyó que podría haber un mejor futuro si votaba por el mismo partido político de siempre?

Como en los tiempos de Gómez Morin, la respuesta a todos estos cuestionamientos igualmente urgentes y lacerantes es la lucha contra el dolor evitable, lucha que sólo puede librarse desde la política y con las armas que la política ha puesto en nuestras manos. En el fondo, la agenda del humanismo político no puede darse por concluida mientras un solo ser humano padezca hambre, miseria y opresión por culpa de la política: la peor injusticia que puede haber en el mundo es padecer por culpa de un sistema político desordenado y avaro, mezquino y excluyente, violento y opresor.

Podemos constatar hoy que nuestro planeta no es mejor que hace varias décadas, que incluso hemos devastado, destruido y mermado nuestras capacidades como nunca antes en la historia. Hemos producido instrumentos de guerra que pueden poner fin a toda forma de vida, hemos violentado a un planeta que generoso nos sigue dando vida y sustento, y que nuestra avidez y avaricia pueden llevar a un triste final. Ante todos estos problemas urgentes, ante la degradación de la política por causa de los políticos inauténticos, ante la depredación del medio ambiente por causa de los empresarios inescrupulosos, ante la falta de respuesta a los grandes problemas de salud por causa del afán desmedido de lucro, el humanismo político sigue representando una respuesta válida y contundente, un programa deseable y constructivo, una opción de vida para que ésta sea cada vez mejor. De ahí la urgencia humanista, cuya agenda central es la defensa de la dignidad humana.

De ahí la vitalidad de la doctrina de Acción Nacional, la validez de sus principios, la perennidad de sus afirmaciones. Esta doctrina hunde sus raíces en la Grecia clásica de Sócrates, Platón y Aristóteles; en la Roma humanista de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio; en el pensamiento cristiano de San Agustín y en el personalismo escolástico de Santo Tomás de Aquino; en la tradición humanista de Erasmo y Pico della Mirandola; en la defensa de las libertades por parte de ilustrados como Rousseau y Voltaire; en la moral trascendental kantiana con sus postulados de la persona como medio y no como fin, y su creencia en el valor incuestionable del ser humano; en el personalismo comunitario de Mounier y en el nuevo escolasticismo de Maritain; en las filosofías del diálogo de Ebner y Bubber; en la ética de Lévinas, la hermenéutica de Ricoeur y el personalismo de Carlos Díaz; en fin, en tradiciones filosóficas milenarias cuyo mensaje central es el incomparable valor de cada persona.

De ahí la vitalidad de una doctrina que va más allá de la coyuntura histórica, para afincarse en valores perennes, para postular principios que, en caso de aplicarse sin miramientos, harían de esta una mejor humanidad. El partido extiende su abrazo solidario a toda la humanidad, aborrece la discriminación, ama la libertad, se entusiasma con la dignidad de la persona y proclama la necesidad de una política al servicio de las personas, cuyo alto ideal es el bien común, que construye condiciones materiales y espirituales que apuntan al más alto y noble ser humano posible: la persona plena. Estudiar la doctrina del PAN implica superar la tentación de caer en los lugares comunes que se repiten a diestra y siniestra, pero que son mera palabrería y argumento vano, que ni nacen del corazón ni llegan al corazón. Es de vital urgencia dar sentido a la doctrina a partir de la historia y hacer frente al permanente reto de darle viabilidad a la historia a partir de la doctrina.

 

X: @JavierBrownC

La nación